Nunca fue consciente del talento que tenía. Era rápido, fuerte, técnico, veloz, con un disparo mortal y un potencial enorme. Su físico, su nacionalidad, su calidad dentro del campo y su olfato goleador hicieron que se le comparara con “O Fenômeno” Ronaldo. Su nombre: Adriano. Su apodo: ‘el Emperador’.
Adriano, el Emperador que perdió su amor por el futbol
Delantero brasileño dominante e imponente, nunca se repuso de la muerte de su padre.
Oriundo de Río de Janeiro, se crió en las favelas de dicha ciudad, esos asentamientos irregulares entre los cerros que cobijan a una de las ciudades más hermosas del mundo, pero con mayores contrastes. Si crecer en las favelas es difícil, salir de ellas mucho más, no hay muchas opciones, aunque una de ellas es el deporte.
Se crió en Vila Cruzeiro, en Complexo Alamao, ahí donde hasta hace algunos años se cometían casi un tercio de los asesinatos de Río de Janeiro. Amante del futbol, siempre tuvo claro que se quería dedicar al balompié, lo que más feliz lo hacía. A Adriano le gustaba mucho jugar al futbol en los recesos de la escuela, en las canchas del barrio con los amigos e incluso en la playa, como todo buen brasileño.
De inmediato, su talento lo llevó a las inferiores del Flamengo y en 1999 fue convocado con la Selección de Brasil para jugar el Mundial Sub-17 en Nueva Zelanda, mismo que ganó y donde fue la estrella del equipo. Ya se veía que era un crack de época, con un tubo en el pié y un instinto asesino dentro del área. Flamengo lo debutó en primera y sólo jugó un año en Brasil antes de partir a Italia, para fichar con el Inter e ir a préstamo con la Fiorentina y el Parma, donde la rompió para regresar con el Inter.
Con los Nerazzurri ganó tres ligas, dos copas y tres supercopas de Italia. Se convirtió en el ídolo y referente del equipo, jugó junto a Zlatan Ibrahimovic e hicieron una dupla de miedo que atemorizó al futbol italiano y también a Europa. Todo parecía ir bien, camino a ganar la Champions, a ser referente de la Selección Brasileña en el Mundial de Alemania y a convertirse en una leyenda. Pero un suceso inesperado terminó con su felicidad.
Algún día contó Javier “el Pupi” Zanetti, capitán, en ese entonces y leyenda del Inter, que vio a Adriano llorar y gritar: “No, no. No es posible”. Le acababan de informar que su padre había muerto. La depresión fue enorme, tanto que terminó con la carrera de “el Emperador”.
El propio Zanetti reconocería que después de aquella llamada no volvió a ser el mismo. Perdió la magia, la explosividad, el amor por el futbol… y también por la vida.
Deprimido, enojado con la vida y junto a malas compañías, se refugió en el alcohol y las drogas. Se fue de Italia, regresó a Brasil, peregrinó por el futbol pero la indisciplina lo hizo perder el contrato una y otra vez, lo mismo en el Flamengo que en el Atlético Paranaense o en el Corinthians. Adriano nunca volvió a ser el mismo.
Los problemas con la policía o con las mujeres, las fotos con armas o arreglándose la barba en las favelas de Río de Janeiro fueron una constante, mientras el futbol desaparecía de la vida de Adriano. El sobrepeso fue notable.
Adriano tocó fondo y como “el Emperador” que es, salió adelante gracias al apoyo de su familia. Hoy trata de volver al mundo del futbol como embajador de Adidas en Brasil, donde presentó las camisetas del Flamengo y el Sao Paulo.
En redes sociales muestra fotos con sus hijos, sus amigos, su familia y hasta recuerda a su papá. Se ve en forma y con ganas de volver a sonreír.
Cómo olvidar sus goles, cómo olvidarlo marcándole a Argentina en el último minuto de la final de la Copa América de Perú en 2004, para empatar el encuentro y luego ganarlo desde los 11 pasos.
Adriano no sólo truncó su carrera, sino que nos privó de ver a un jugador de época, de esos que enamoran con sus goles.