Análisis del Super Bowl LII: La fórmula de los Eagles para derrotar a la versión más voraz del equipo del siglo
Los New England Patriots mostraron una gran versión, pero fueron superados por unos Philadelphia Eagles decididos en el Super Bowl LII.
No me volví loco. Los New England Patriots jugaron su mejor Super Bowl en 10 apariciones, de las cuales habían ganado cinco. Crueles ironías del deporte. Y para dimensionar también así la hazaña de los nuevos campeones, los Philadelphia Eagles.
Tom Brady lanzó para 505 yardas -récord absoluto en el Super Bowl-, tres pases de anotación y cero intercepciones.
Bill Belichick y su coordinador ofensivo Josh McDaniels planearon una estrategia para hacerle 613 yardas totales a la cuarta mejor defensa de la liga, que en temporada regular sólo permitió 306 por partido. ¡El doble!
Fue el partido con más yardas totales en la historia, no solo del Super Bowl, sino de toda la NFL.
¿Entonces, qué salió mal?
Es muy sencillo decir que simplemente el rival hizo las cosas mejor, la pregunta es ¿cómo y por qué? ¿Cómo puedes ganarle a la dinastía con más experiencia, más hecha para los partidos grandes y que, además, dio su mejor versión?
Los Patriots tenían una extraña debilidad y fortaleza a la vez: fueron la cuarta peor defensa de la liga en yardas recibidas, pero la quinta que recibió menos puntos. Es decir, técnicamente, sus rivales podían llegar sin mayor dificultad a su zona roja, pero ahí se crecían y evitaban mayores desastres.
Esto no ocurrió en el Super Bowl.
Los Eagles les hicieron 538 yardas totales, 172 más de las que en promedio recibieron en cada partido de temporada regular, que es bastante. Además, tuvieron el balón ocho minutos más que los Patriots (34:04 por 25:06), lo que implica que la defensa de los entonces aún campeones podía estar más cansada.
Pero el factor de la fatiga no sería tan cierto si no revisamos las yardas terrestres. Philadelphia corrió 27 veces para 164 yardas, cinco carreras y 51 yardas más que New England. Eso incide en el cansancio de los linieros y linebackers, especialmente porque desde la primera oportunidad que tuvieron, los Eagles pudieron demostrar que podían montar ofensivas largas y productivas.
Pero para vencer a una defensa tan peculiar como la de los Patriots, además de mostrar variantes en el ataque, había que ser efectivo. Hacer lo que -casi- nadie les hizo en la temporada.
Nick Foles cometió un solo pecado en el partido, una intercepción fortuita de Duron Harmon, pero fuera de eso, tuvo efectividad del 65 por ciento en sus pases, 373 yardas y tres anotaciones. Sostuvo a la ofensiva todo el partido, fue consistente, lograron completar dos vitales conversiones en cuarta oportunidad y el 62 por ciento en tercera.
Ah, y además Foles se dio el lujo de recibir un pase de anotación. En una de esas conversiones en cuarta oportunidad, precisamente. Esta fue la jugada del Super Bowl.
LeGarrette Blount dio uno de los partidos de su vida ante su exequipo, con 90 yardas en apenas 14 acarreos. A Jay Ajayi le vino bien salir de Miami y aportó otras 57 yardas en nueve carreras para tener su anillo de campeón.
Pero más allá de todo eso, la principal virtud de los Eagles fue ser constantes. No dejarse caer pese a la exhibición ofensiva que daban los Patriots ni a que a cada golpe que les daban, les reaccionaban. Este Super Bowl fue un thriller psicológico digno de un episodio hardcore de Black Mirror o como si New England fuera el Monstruo de las Sombras de Stranger Things sobre unos inexpertos rivales de verde.
Los hoy campeones de la NFL nunca abusaron de confianza, ni con la fantástica jugada del touchdown de Foles y ni siquiera cuando Brandon Graham provocó el balón suelto de Tom Brady y parecía que todo estaba acabado.
Porque una dinastía como la de los Patriots no se va a rendir, ni siquiera cuando tienen que recorrer 92 yardas en menos de un minuto. Ni cuando existe la esperanza de que un ‘hail Mary’ acabe en manos de un patriota en las diagonales.
Es una cruel ironía del deporte que la franquicia más ganadora de este siglo dé su mejor exhibición, rompa récords, parezca un voraz monstruo que no para pese a estar herido, y pierda el partido ante un equipo cuyo líder inició la temporada en la banca.
Razón de más para darle crédito a los nuevos campeones de la NFL, los Philadelphia Eagles. En el deporte sólo puede haber un ganador, pero jamás dejaremos de quitarnos el sombrero ante aquel para el que la palabra “perdedor” les es injusta.