Desde René Higuita hasta Rafael Márquez: las incómodas relaciones del narco con el fútbol
El narcotráfico llegó a infiltrarse a los mejores clubes de Colombia en los años 80 y hoy mancha la carrera de la mayor figura mexicana del siglo XXI.
A finales de los años 80, los clubes colombianos tomaron una preponderancia inusitada en el fútbol sudamericano. El Atlético Nacional se coronó campeón de la Copa Libertadores, justo después de que en los cuatro años previos, América de Calí rondó la gloria con tres subcampeonatos y una Semifinal.
El esplendor fue confirmado en el Mundial de Italia 1990, cuando la selección cafetalera llegó a unos inéditos Octavos de Final, eliminados por Camerún gracias a un yerro de su guardameta, René Higuita, pero con la satisfacción de haberle sacado un empate a Alemania Federal, que a la postre fue campeón del mundo. Tres años después, esa misma selección, más madura, le endosó la derrota más humillante a Argentina de toda su historia: un 5-0 en el mismísimo Estadio Monumental de Buenos Aires, con Maradona en la tribuna aplaudiendo a los visitantes.
Pero el esplendor colombiano quedó manchado por las conexiones de algunos de sus clubes más exitosos con el narcotráfico. Una nación que en aquellas épocas libraba sangrientas batallas contra los traficantes de drogas más buscados en el mundo.
Pablo Escobar construyó alrededor de 50 campos de fútbol en Medellín que no le pedían nada a los profesionales, donde por igual se jugaba como se reclutaban sicarios. El deporte más popular del mundo era una de las más grandes pasiones del capo, quien, como si se tratara de un pasatiempo de domingo, contrataba futbolistas profesionales para hacer "cascaritas" en la Hacienda Nápoles, uno de sus refugios, y apostaba cifras millonarias con su brazo derecho, Gonzalo Rodríguez Gacha, apodado "El Mexicano".
Entre esos futbolistas, estaban algunos de los que participaron en la célebre goleada sobre Argentina de 1993.
Escobar intervinó en los dos equipos: el Atlético Nacional y el Deportivo Independiente de Medellín. "El Mexicano" hizo lo propio con Millonarios de Bogotá. Lo mismo pasó con sus rivales, los del Cartel de Cali, que puso sus manos en el América.
A la par de los éxitos deportivos y de colocarse a la altura de los clubes argentinos y brasileños, el escenario del fútbol colombiano se vio enrarecido con casos de secuestros y asesinatos de árbitros, como el de Álvaro Ortega, eliminado por una orden que dio Escobar, según testimonio de su sicario mayor, Jhon Jairo Velásquez "El Popeye". El crimen provocó la suspensión de la temporada en 1989, cuando los cuatro equipor con intervención del narco -los dos de Medellín, el América de Cali y Millonarios de Bogotá- peleaban aún por el título.
En 1991, Escobar negoció su reclusión con el gobierno bajo la condición de hacerlo en "La Catedral", un lugar construido en sus terrenos, para no ser extraditado a Estados Unidos. Desde ahí mantuvo sus redes de distribución de drogas y su poder y, como pasatiempo, aún organizaba partiditos con futbolistas profesionales, entre ellos el portero de la selección y del Atlético, René Higuita, quien se ganó el repudio social por su amistad con el capo. Más tarde, Higuita participó en la mediación de un secuestro y eso le costó seis meses de prisión. Se olvidó del Mundial de 1994, al que Colombia llegaría como una selección fuerte, con posibilidades de trascender.
Pablo Escobar falleció en 1993, pero la estela de terror no terminó ahí. El 2 de julio de 1994 fue asesinado el futbolista Andrés Escobar, quien al regresar del Mundial Estados Unidos, murió a manos de apostadores por el autogol que marcó ante la selección anfitriona y que los sentenció a ser eliminados de manera prematura.
Así de profunda puede llegar a ser la relación del crimen organizado con el deporte.
Si bien el problema no ha sido erradicado por completo en Colombia, actualmente la deshonrosa vanguardia del narcotráfico en el mundo la tiene México. Algunos nexos pueden parecer accidentales, pero otros ya son objeto de investigaciones por autoridades incluso en los Estados Unidos.
Jared Borgetti, por ejemplo, asistió a la fiesta en la que fue asesinado el líder del cartel de Tijuana, Francisco Rafael Arellano Félix. Borgetti es el segundo máximo goleador histórico de la Selección Mexicana y aquel episodio no ha tenido ninguna repercusión legal.
Daniel Andrés Gómez, futbolista de las fuerzas básicas de los Xolos, fue detenido en el paso fronterizo entre Tijuana y San Diego cuando intentaba cruzar un cargamento de metanfetaminas hacia los Estados Unidos.
Omar "El Gato" Ortiz, exportero de Monterrey, entre otros equipos de la Liga MX, está en prisión por formar parte de una banda de secuestradores ligada al Cartel del Golfo.
Además del caso de los Mapaches de Nueva Italia, equipo de la Segunda División que en 2008 fue desafiliado de la Federación Mexicana de Fútbol, luego de comprobarse que su dueño era Wenceslao Álvarez, socio del narcotraficante Servando Gómez "La Tuta", líder de los "Caballeros Templarios". Álvarez, junto a miembros del plantel y jugadores, fueron detenidos en el Club América, en la Ciudad de México, mientras los Mapaches jugaban contra una filial de las Águilas.
Ahora es Rafael Márquez, la máxima figura del fútbol mexicano en el siglo XXI, quien es señalado por presuntos vínculos con el narcontráfico, como prestanombres del capo Raúl Flores Hernández. El defensor ha negado todas las acusaciones, pero por lo pronto se realiza la investigación en su contra que, como menor de sus consecuencias, podría terminar con su carrera deportiva.