Los audios filtrados que señalan a Gerard Piqué como intermediario entre la Liga española y Arabia Saudita para realizar la Supercopa deben verse como un primer aviso de lo que el futbol debe empezar a cuidar desde ya: los conflictos de interés entre futbolistas y certámenes en los que participan.
Deporte Capital | El caso Piqué y el nuevo enemigo que se asoma para el deporte
El caso de Gerard Piqué y la Supercopa de España exhibe los riesgos de que se involucren deportistas en activo con la organización de torneos en los que participan.
Y no solo en el futbol, sino en el deporte en general.
Lo de Piqué va más allá de lo escandaloso. Un futbolista que potencialmente será parte de un trofeo en disputa recibirá, a través de su empresa, 4 millones de dólares por la gestión del torneo en la península árabe durante seis años.
Es un claro conflicto de interés, pues lo coloca en una posición ventajosa que podría afectar no solo la Supercopa, sino el entorno previo y posterior. Rompe con las normas básicas del juego limpio.
Todo eso es irrefutable. Piqué está excediendo, a través de su empresa de promoción deportiva, los límites que debe tener un deportista en activo para preservar la credibilidad e integridad del deporte. El problema es que eso puede dar pie a que otros lo sigan en un futuro nada lejano.
Los futbolistas profesionales y algunos otros deportistas son personas ultrarricas. Daré nombres no por señalarlos de algo, sino solo para ilustrar: Cristiano Ronaldo superó en octubre los $1,000 millones de ganancias en su carrera, una cifra que, de acuerdo con un recuento de The New York Times, han superado también Roger Federer, Tiger Woods, Floyd Mayweather, LeBron James, y Lionel Messi. Todos ellos, en activo (incluso Mayweather con sus estrafalarias peleas).
Ver a exdeportistas comprar equipos no es algo nuevo, ni tampoco malo. David Beckham es copropietario del Inter Miami FC de la MLS y Michael Jordan de los Charlotte Hornets de la NBA. Esto dejará de ser noticia para volverse la norma, conforme los salarios e ingresos de los deportistas de élite sean más onerosos.
Pero es un hecho que debe establecerse una línea entre lo que debe hacer un deportista, especialmente si está en activo, y aquello que atente contra el juego limpio.
El deporte ha tenido que sortear guerras contra nuevos enemigos que amenazan su integridad con el paso del tiempo, como el dopaje y las apuestas. En ambos casos se han marcado límites sobre lo que se puede y lo que no se puede y la lucha permanece cuando sus prácticas ilegales encuentran nuevas maneras para aparecer.
El caso de Gerard Piqué exhibe lo que las inversiones millonarias de un deportista son capaces de hacer para poner en duda la credibilidad del deporte. Deben establecerse reglas muy claras para evitar que un conflicto de interés manche o ponga en duda un resultado deportivo.
Imagínense si Barcelona gana la Supercopa en Arabia Saudita con una decisión arbitral polémica o si al Real Madrid lo mandan a hospedarse a un hotel con menos comodidades. Cualquier diferencia se va a magnificar y generará una narrativa de duda en torno a un resultado que debería ser totalmente legítimo.
La integridad del deporte no puede tasarse en 4 millones de dólares.