La selección mexicana y la estadounidense sorprendieron previo al partido con una ejemplar imagen en la que ambos equipos se mezclaron como si fueran uno mismo. Abrazados, lanzaron un mensaje de hermandad, unión y paz contra los discursos que se empecinan en distanciar a dos países vecinos.
Del fraternal abrazo a la batalla campal: Así fue el Clásico de Concacaf
Estadounidenses y mexicanos mostraron en una foto la unión que existe entre dos países vecinos, pero ya en el partido, se dieron con todo.
Pero después, tras romper filas y con el silbatazo inicial, esa tranquilidad se convirtió en una batalla en la que estadounidenses y aztecas se dieron con todo lo que pudieron y se encontraron.
Un clásico es así. En partidos de tanta pasión no existen las medias tintas ni el respeto. Cada pelota se juega con la vida, se pelea con toda la fuerza y el amor que una persona posee.
Con patadas, manotazos, empujones e insultos, los Estados Unidos intentaron hacer respetar su casa, mientras que México jamás se achicó ni hizo el intento por verse vulnerable.
En un Estados Unidos vs. México no importa la estatura o el peso. Javier Hernández con su 1.70 de estatura incomodó, pateó, tiró y dejó adolorido a John Brooks, zaguero que roza los 2 metros de altura.
En el ataque estadounidense, Jozy Altidore, quizá el jugador más corpulento de los dos equipos, se enfrentó en velocidad, en golpes y caricias con Diego Reyes, quien en cuestión de altura supera al delantero estadounidense, pero no así en cuestión de peso. Pese a ello, el ‘Flaco’ nunca se relajó y se fajó con todo frente al explosivo y grandísimo futbolista norteamericano.
Un clásico nunca está exento de la tradicional gresca. En este Estados Unidos-México, hubo varios conatos de bronca propiciados por Carlos Vela, Carlos Salcedo, Jermaine Jones y el menudo Christian Pulisic, la gran joya norteamericana.
Parecía que la foto inicial en la que ambos equipos se abrazaban, quedaba completamente olvidada en cada pelota dividida. Resultaba hasta cómico ver cómo jugadores vestidos de negro salían volando hacía la banda izquierda, y futbolistas de blanco terminaban rodando por la banda derecha.
Al final, este Clásico de la Concacaf va en aumento, no se detiene y no se aligera. Da gusto ver cómo los 22 futbolistas son capaces de separar el fútbol para unirse a favor de la igualdad y el respeto, pero también, que con el pitazo inicial, defienden los intereses deportivos de su equipo y dan la cara por su hinchada. El Estados Unidos-México, más allá de un 2 a 0 o un 2 a 1, es un evento que va más allá de un simple juego de fútbol.