Cuando Osorio dijo el pasado 23 de abril que el objetivo de México era llegar a semifinales, lo primero que hice fue refugiarme en el humor negro de los memes para encontrar un canal de desahogo que evitara apuntar mi odio contra el seleccionador nacional. Parecía que Juan Carlos Osorio había confundido el escenario ideal con el realista, tan grave como si un actor se confunde de escena en pleno acto melodramático.
La Tinta Indiscreta | El sexto partido
Con el fatalismo que nos caracteriza a los mexicanos no miramos, para el Mundial, más allá de octavos de final y el cruce fatídico ante Brasil. Pero si en un ataque de perfección el Tri supera a los de Neymar, el camino luce despejado e ilusiona.
Daba la sensación de que,una vez más, Osorio había utilizado su retórica para ilusionarnos y convencernos de subir al piso más alto del edificio y ahí dejarnos caer sin posibilidad de evitar el golpe más doloroso. Pero no. El problema es que mientras los mexicanos seguimos pensando que alcanzar el quinto partido es imposible porque antes tenemos que evitar una goleada con Alemania y eliminar a Suecia en fase de grupos y a Brasil en octavos, Osorio, el mismo que pareciera engañarnos, que nos ilusiona, que usa un método de rotación que genera más desconfianza que certeza, que usa la palabra como arma poderosa, está obsesionado con el cuarto partido porque ahí, en el cuarto partido, está la clave para llegar al sexto y, con un poco de ilusión, hasta la final del Mundial.
Y me explico. No me voy a detener en la fase de grupos. Lo lógico es que México clasifique segundo. Y Lo lógico es que en octavos vayamos contra Brasil. Aquí empieza lo bueno. Es donde el objetivo de Osorio, que parecía ideal, resulta realista. Sí, vas contra Brasil, favorita para ganar el Mundial, que no perdió un solo partido de su confederación que, por cierto, es la más complicada de todas. Pero ojo, Brasil va a ser el rival más difícil que te vas a encontrar en el camino hasta la final, y si te dan a escoger, o si queremos hablar de dificultad, es preferible medirte a Brasil en octavos de final que en una semifinal.
Entonces. Si en un ataque de perfección, México le gana a Brasil, nuestro rival en cuartos saldría del Polonia vs Bélgica, rivales europeos, complicados, pero de segunda categoría. Pensemos que nos toca Bélgica, uno de los underdogs, de los que enamora pero no logra dar el siguiente paso para aspirar a un título mundial. Una de las selecciones favoritas de los románticos, pero a la que le empatamos hace poco, y honestamente, en un mundial, después de haber pasado de fase de grupos, después de haber eliminado a una de las favoritas, no debería ser impedimento para llegar a semifinales.
Sosegados en el mundo de la ilusión, en semifinales nos encontraríamos a Portugal o Francia, que, haciendo las debidas comparaciones con la otra llave, no son España ni Alemania, sino selecciones de renombre y mucho respeto pero que están un escalón abajo. Si después de eliminar a Suecia en fase de grupos, dejar en el camino a Brasil en octavos, superar el quinto partido contra Bélgica y situarte en el sexto contra Francia o Portugal, no llegas con la suficiente motivación y nivel futbolístico para jugarte el pase a la final, entonces no sé qué se necesita para eso.
De fantasías no vivimos. De suposiciones tampoco. Ni de simulaciones como la mía. Pero tengo la sospecha de que los mexicanos no habíamos mirado después de los octavos de final porque, en ese fatalismo histórico que nos restriegan las estadísticas con absoluta razón, no hay un después de Brasil. Sin embargo, cuando abrí las cortinas y vi la llave, y luego el posible rival en cuartos, y luego el de la semifinal, me di cuenta de que el objetivo no es el quinto partido, sino el cuarto. Ahí, en el que habitan los fantasmas, los miedos, la falta de esperanza, donde la historia nos da por muertos, porque si el muerto resucita y hace el milagro, entonces podemos soñar con el sexto partido.