Por Andrés Corona Zurita | @andrescorona
México y el delicioso sabor de ganarle a los Estados Unidos
El fútbol le regresó la ilusión al aficionado mexicano en una semana de discursos hirientes y triunfos con sabor a derrota.
Hay triunfos que saben distinto, que se disfrutan más. Alcanzar una meta, vencer un miedo o derrumbar algún muro cuando todo está en contra y nadie apuesta por ti es uno de los logros que uno saborea más.
Derrotar a Estados Unidos es algo que a un mexicano le sabe delicioso. Hace una semana que aterrizamos en Columbus lo único que hemos escuchado es el tarareo del 2 a 0 en versión anglosajona, el recuerdo de derrotas, del inclemente frío y de un mito que México no podía borrar.
En efecto, el frío de Columbus es tan aterrador como los 360 minutos que México sumaba sin ganar y sin anotarle un gol a los Estados Unidos. Primero, se te entumen los dedos, después te lagrimean los ojos, se te paralizan los pies y finalmente no puedes moverte. Contra ese clima, el Tri luchó antes con sendas derrotas que hoy al fin evaporó.
Este Estados Unidos contra México era distinto. No por el aburrido discurso de Columbus y su 2 a 0, ni por el hecho de arrancar el Hexagonal perdiendo o que si una derrota ponía en predicamento la continuidad de Juan Carlos Osorio. Este clásico era un partido marcado por la política, por el triunfo presidencial de Donald Trump y por la victoria de su discurso racista y amenazante.
El mexicano llega a Estados Unidos para luchar por una mejor vida, y encuentra en el fútbol un desahogo que la vida a veces le niega. Este deporte es quizá el único sitio donde le puede ganar al estadounidense. Por ello, después de promesas de un muro y de ataques racistas contra la población azteca, ganarle a las Barras y las Estrellas era mucho más que tres puntos. Era un tema moral, de orgullo, era un asunto de estado.
Hoy, personalmente, viví de cerca el infinito nacionalismo estadounidense. Es increíble ver cómo una afición respalda y apoya sin parar a su equipo. Por un momento, caí en cuenta que la afición mexicana ha olvidado ser así con su equipo, que ha vuelto el Estadio Azteca un muro franqueable y destruible. Ese lacerante y atarantante grito de 2 a 0 solo podía borrarse de dos formas, primero, marcando un gol y segundo, ganando el juego.
El Tri hizo su tarea, y convenció que está unido. Más allá de un discurso, hoy a unos pocos metros del campo de juego, fui testigo de cómo un monstruo de 11 cabezas se juntaba como si fuera uno mismo. Once hermanos con distinto apellido y diferente tipo de sangre, pero que representaban a una bandera y un ideal. La selección mexicana hoy fue simplemente parte del pueblo y le regresó con actitud a sus seguidores uno a uno de los dólares y las millas que hoy se gastaron para llegar al Mapfre Stadium.
Hay triunfos que saboreas como nunca. El cabezazo de Rafael Márquez le dio fe, esperanza e ilusión a un pueblo. Se lo dio al pequeño que estaba titiritando de frío en la grada, al hombre de sombrero que confundió todo el partido a Jesús Manuel Corona con José de Jesús Corona, y al hombre que a unos metros de la línea de juego, y que escribe esta nota, puede presumir que hoy vivió uno de los mejores días de su vida.
Sacar 10 en un examen, superar una fobia, crear un puente y derrumbar un mito. Hoy, juntos, los mexicanos callamos un grito para mostrar que tras una derrota, hay esperanza de un triunfo, que tras caerse, es posible levantarse, y que un discurso puede encararse mejor con una sonrisa y con ilusión. Hoy, hay eso, ilusión.