Nada hemos aprendido de la Eurocopa 2016. Cientos de ultras rusos, organizados, entrenados y dirigidos, se dieron cita en Francia con el único objetivo de sembrar el terror en el resto de hinchadas, con especial atención en los aficionados ingleses. La ‘hazaña’ quedó grabada por ellos mismos...
Opinión | El fin de la violencia ultra
Los radicales rusos volvieron a tener la atención del mundo del fútbol tras su llegada a Bilbao y su acto principal en lo que va del 2018.
Arrasaron ciudades, pelearon en los estadios, amedrentaron al resto de aficiones, fueran de la nacionalidad que fueran. Y la pregunta: ¿Un Mundial en Rusia rodeado de estos salvajes?
A poco más de 100 días para que dé comienzo la fiesta del fútbol mundial, un grupo de estos indeseables se dieron cita en Bilbao para presenciar el choque de vuelta de la Europa League, entre el Athletic Club de Bilbao y el Spartak de Moscú.
Sus ultras son los más temidos de Europa y fieles a su fama armaron una batalla campal contra la afición local. En medio de la revuelta un policía falleció tras sufrir un infarto y sin presentar traumatismos. El agente del orden público estaba mediando en la trifulca cuando se desvaneció. Más tarde murió en el hospital. El fútbol, el resultado del mismo y todo lo que debería haber sido noticia pasó a un segundo plano.
Los clubes que les dan cobijo son responsables (como los jugadores del PSG reuniéndose con sus ultras antes del partido con el Real Madrid).
Los gobiernos, que les permiten viajar sabiendo que son violentos delincuentes, son responsables (Reino Unido tomó medidas severas en los ochenta y controlaron a sus fieros ‘hooligans’. Rusia puede tomar ejemplo).
Las organizaciones y sus laxas sanciones son responsables (clubes y selecciones nacionales que amparan a aficionados violentos no deberían competir en torneos internacionales). Los medios que les dan publicidad son responsables (son delincuentes, grupos organizados, no jovenzuelos pasionales que defienden a su equipo de fútbol).
Por todo esto, erradicarlos del fútbol es llegar al fin la violencia ultra. Aunque esto suponga dejar a un país sin Mundial o vetar a prestigiosos clubes competir en determinados torneos.