Maradona se politizó de una vez y para siempre cuando él solo venció a Inglatera en México 1986. Aquello que los militares argentinos perdieron en la guerra contra el invasor británico él logró recuperarlo sobre un campo de fútbol: esa tarde, la cancha del Estadio Azteca se convirtió por un instante en las islas Malvinas argentinas.
Opinión | Intentar entender a Maradona a muerte con Maduro
El Diego se ve a sí mismo como el 'Che' del fútbol, jugando por (o con) los pobres de Latinoamérica más allá de la línea de cal.
A diferencia de Messi, él no triunfó en un club de por sí poderoso como el FC Barcelona ayudándolo a volverse aún más poderoso. Para Maradona el poder es malo y resistirlo siempre fue fuente de su motivación individual. Por ello jugó en un modesto club del sur pobre de Italia y pudo hacerlo pelear al tú por tú con los ricos del norte, de Torino y de Milán.
Vivir en Nápoles y ser amado por pescadores, marinos, obreros y migrantes le hizo identificarse más con quienes se sienten oprimidos por fuerzas económicas difícilmente explicables, pero fácilmente tangibles en el bolsillo. Y también en el estómago. De modo que el Maradona gambeteador de ingleses se convirtió en héroe de los de abajo, ya fuera en el Río de la Plata o en el Mediterráneo.
Cuando su carrera futbolística terminó, se quedó sin modo de luchar contra el poder y fue ahí que sucumbió a otro de los efectos tóxicos del sistema económico moderno: las adicciones. Su drama personal quedó inmortalizado en aquel famoso verso del cantautor argentino 'Potro' Rodrigo: “La fama le presentó una blanca mujer de misterioso sabor y prohibido placer.”
Entonces apareció Fidel Castro. Y junto con la promesa de sanarlo físicamente llegó también la promesa de mostrarle la política como esa cancha donde luchar por el balón es luchar por el poder. Mientras Castro le contaba sus anécdotas navegando hombro con hombro con Ernesto Guevara, entre ambos surgió la idea de que el partido más importante de la historia de América Latina debía librarse contra el Imperialismo Occidental.
Y entonces Castro le presentó a un tal Chávez.
A mí también me odian los periodistas, Diego. Todos los días dicen que estoy chiflado. Publican que estoy regalándole el petróleo venezolano a Cuba y a Bolivia. Pero esto es la hermandad según Bolívar. La Patria Grande. También a Argentina, que ya tú sabes que está muy mal. Ellos no me quieren. Son escuálidos, traidores, cómplices del Míster Danger, del Diablo. Fui a la ONU y donde habló Bush apestaba a azufre, te lo juro panita.
Como pasa con todas las ideologías, la de Maradona es producto de su época y el riesgo de aferrarse a ella a ojos de los demás es no advertir el cambio de época. Es decir, quedarse atrapado en el pasado viviendo de él. Decía el escritor mexicano Carlos Monsiváis: “O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba yo entendiendo.”
El Diego se aferra a Nicolás Maduro porque Maduro le habla como le habló Fidel. Contándole de recuerdos que no volverán. Prometiéndole que el juego del poder está por irse a tiempos extras. Y que, si acaban ganándolo, Diego será inmortalizado como el único hombre que escribió historia universal jugando al fútbol en el Azteca aquella tarde de 1986.