Opinión| Omar Carrillo
@OmarCarrilloHH
¿Qué nos queda luego del milagro del FC Barcelona?
Luego de una tarde histórica en el Camp Nou y ya analizados con lupa los pormenores del juego. ¿Se impone la racionalidad o la pasión en un juego enorme?
He aprendido, a lo largo de los miles de partidos que he visto, a ver un gol y buscar enseguida a los árbitros con la mirada, preferentemente a los auxiliares.
Así que cuando Sergi Roberto hizo su malabarístico remate al pase de Neymar en el minuto 90+5, mis ojos buscaron en la banda -en una fracción de segundo- al hombre en turno.
Cuando le vi correr al centro del campo entonces brinqué y grité: “lo hicieron, lo hicieron, estos cabrones lo hicieron”.
El entusiasmo no fue menor al de Gary Lineker, Rio Ferdinand, Steven Gerrard y Michael Owen en la mesa de transmisión de la Champions en Inglaterra y que a estas alturas ya le dio la vuelta al mundo. Y eso que solo Lineker jugó en el conjunto catalán y el resto alguna vez sufrió al menos una dolorosa derrota a manos de los culés.
Ya entrados en el tema he de confesar que también brinqué con el gol de Moisés Muñoz al Cruz Azul en la final del Clausura 2013, el de Jesús Dueñas al América en el Apertura 2016 y un ciento más de equipos a los que ni por asomo apoyo.
Porque uno va por el fútbol pidiendo juegos y momentos así. Que te hagan brincar, gritar, desconectarte, perderte en un balón en un instante y recordar que los milagros existen. No importa si es un equipo grande o uno pequeño.
Porque eso fue, un milagro sobre el Camp Nou. Porque de mil veces, los catalanes no conseguirían la hazaña de remontar cuatro goles al PSG las otras 999 ocasiones.
Luego, mucho de lo que se ha hablado después del partido es cierto. La reflexión suele matar la pasión y la irracionalidad del momento.
Que el Barcelona fue favorecido por el árbitro. Es verdad. En la jugada de Javier Mascherano sobre Di María y en el penal sobre Luis Suárez.
Que el PSG perdió más que ganar el club culé, sí. Porque el conjunto francés vivió con pánico una buena parte del partido y nunca se lo pudo sacudir por completo. Esos tres minutos finales es un compendio de lo que se debe hacer nunca en el fútbol.
Que Luis Suárez debería ser castigado y la tecnología implementada para juzgar las jugadas apretadas, totalmente de acuerdo. El mundo del fútbol -y quizá el mundo en general- sería un poco más justo si se hicieran ambas cosas. No se puede defender lo indefendible.
Pero y entonces entre tanta racionalidad post juego, ¿qué nos queda de una tarde como la del miércoles en el Camp Nou?: La magia.
Un grupo de hechiceros capaces de mantener en sus asientos a la espera de un milagro, a millones de personas a lo largo y ancho del mundo a pesar de que su derrota era inminente.
Porque aquello era - parafraseando a García Marquez- la crónica de una muerte anunciada, incluso sobre el minuto 88, pero la gente seguía creyendo en el Barcelona y sus jugadores.
Porque nadie se había despegado de la televisión o abandonado el Camp Nou aunque solo faltaban un puñado de minutos para el final.
Nos queda que en una mala tarde -por describir de alguna manera el juego de Messi- del hechicero mayor, hubo 13 hombre más (incluidos los de cambio) dispuestos a la epopeya, aunque su líder estuviera atado de manos.
Que el talento, entiéndase un Neymar de enorme tarde, nunca, pero nunca, puede marchar solo a una guerra y salir victorioso por sí mismo.
Necesita ir de la mano -pegado a él como la cáscara dura de una fruta tropical, abriéndole paso unas veces, marchando atrás o encarando ambos de frente otras tantas-, al que empuje, al que arriesgue de cualquier manera con las manos, con los pies, con la lengua, con una mentira o con la verdad por delante, al que envíe señales de que no es momento -nunca lo és- de darse por vencido. Luis Suárez es formidable.
Nos queda la sorpresa del héroe inesperado. El chico que todos alguna vez soñamos ser. El que aparece de ningún lado con la improbabilidad de su posición, de su orígen, incluso de su estatura y se convierte en el héroe con una maniobra impensable cuando no improbable: Sergi Roberto y su oportunidad.
Pero sobre todo, nos queda ese brinco infantil, irracional y primigenio, espontáneo cuando no natural aunque uno no sea seguidor del Barcelona, de entusiasmo al final del partido.
El mismo que dieron Lineker y ‘Juan Pérez’ alrededor del mundo, y que unos cuantos dimos un segundo tarde.