Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, definió el concepto de ambivalencia como la experiencia simultánea de odio y amor. Más tarde usó el Complejo de Edipo para explicar los impulsos afectivos y agresivos de los seres humanos:
Del odio al amor solo hay un paso: las más grandes rivalidades del deporte
Si bien desear vencer al adversario es un signo de rechazarlo, en lo profundo también es un signo de estimarlo.
El niño rechaza al padre, o figura paterna, que le priva del afecto de la madre, o figura materna. De modo que rechazo y afecto son elementos característicos de una relación de rivalidad justo como la que existe en todos los deportes. Sea tenis, box, fútbol o ajedrez, los deportistas rivalizan entre sí por amor al éxito deportivo haciendo necesaria (y deseable) la existencia del adversario.
Una rivalidad destructiva, o relación tóxica en términos actuales, ocurrió entre los atletas estadounidenses Michael Johnson y Maurice Green previo a los Juegos Olímpicos Sydney 2000. Johnson era el rey de los 200 y 400 metros planos mientras Green era monarca en los 100. Previo a la competencia clasificatoria se embrollaron en dimes y diretes y forzaron sus cuerpos al límite.
Se autodestruyeron. Sufrieron desgarros en los 200 metros y quedaron eliminados de dicha prueba.
Aunque no fue una rivalidad destructiva, aquella que enfrentó a Tom Brady contra los hermanos Manning fue ciertamente extraña. Con los Patriots, Brady efectivamente ejerció una relación de paternidad sobre Peyton Manning, teniéndolo de 'hijo.' No obstante, fue Eli, el hermano menor, jugando para los New York Giants quien logró infligir en Brady las dos peores derrotas en Super Bowl de su gloriosa carrera.
A veces el sano anhelo por ser mejor degenera en una obsesión patológica llamada narcisismo. Fue el caso del tenista sueco Björn Borg, quien tras ganar su quinto título de Wimbledon en el partido más épico de la historia (tres horas 53 minutos) ante el estadounidense John McEnroe en 1980 declaró narcisistamente que: "por primera vez en mi vida tuve miedo de perder."
Borg terminó desgastado, retirándose a los 26 años, yendo divorcio tras divorcio y a punto de la bancarrota.
La rivalidad también puede transformarse en arrojo. El piloto brasileño de F1 Ayrton Senna entabló una feroz competencia con su co-equipero Alain Prost en McLaren a finales de los años ochenta. Ambos tendían a jugarse sucio en la pista, repartiendo culpas ante los micrófonos... pero ambos se convirtieron en los mejores de su época.
Antes de morir en el Grand Prix de San Marino de 1994, Senna declaró que pisar el acelerador era su metáfora de la vida: "Entre más empujo, más cosas descubro sobre mí mismo. Quiero dar el siguiente paso, explorar nuevos mundos, lugares donde no he estado jamás."
Y, finalmente, resultar el perdedor de una anunciada rivalidad también motiva a seguir de pie a pesar de los pesares. Manny Pacquiao cayó ante Floyd Mayweather Junior en un combate tan esperado como decepcionante a causa del estilo ultradefensivo del pugilista estadounidense. Sin embargo, el filipino volvió victorioso a los 40 años derrotando a Adrian Broner a esperas de una revancha ante el 'Money.'
Las más grandes rivalidades del deporte confirman que rivalidad es sinónimo de ambivalencia: el rechazo y la estima siempre están presentes en la vida de las personas. Como en la vida pues, en el deporte también del odio al amor solamente hay un paso.