Juegos Olímpicos

    El ejemplo brasileño y la oscuridad del extranjero

    Los problemas políticos, sociales y sanitarios de Brasil acabaron opacados por escándalos de personas que nada tienen que ver con la sede olímpica.


    Por:
    TUDN


    Imagen Jean Catuffe / Getty Images

    Por Andrés Corona Zurita | @andrescorona

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    Hace poco más de dos años, cuatro mexicanos fueron detenidos en la ciudad de Fortaleza por tocar a una mujer en sus partes íntimas y después golpear brutalmente al hombre que la acompañaba. Horas después, se descubría que dos de los inculpados eran asambleístas del Partido Acción Nacional, PAN, en el Distrito Federal.

    La penosa actuación de los políticos mexicanos dio la vuelta al mundo. Primero, por el nivel de violencia que utilizaron y después por la prepotencia con la que intentaron solucionar las cosas. Como era de esperarse, la policía brasileña no fue tolerante ni corrupta, como en muchas ocasiones sucede en México, y todos acabaron en la cárcel. Tiempo después fueron liberados y despedidos por el Partido al cual representaban.

    Eran tiempos de eventos deportivos en Brasil. No los Juegos Olímpicos, pero si una Copa del Mundo. Eran momentos de gran confusión política y de complicaciones de seguridad en el país sudamericano. Aún así, no era gente local la que vandalizaba el ambiente de tensión que privaba, normalmente, por marchas de maestros y por quejas del transporte público.

    Previo a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, la cálida y a la vez tormentosa ciudad brasileña ha estado en el ojo del huracán por hechos aún más graves a los que se vieron en el pasado Mundial. Pocas veces se ha visto un ambiente menos deportivo y más caótico alrededor de un evento olímpico. Si no fue la salida de Dilma Rousseff y la posterior llegada de Michel Temer, fue la irrupción del Zika, las aguas contaminadas o los distintos episodios de violencia que se generaban en el país.

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    Pero al final y con todos sus problemas serios, Río se comportó a la altura, y los escándalos no se dieron por culpa de las marchas, de los asaltantes o secuestradores o por un problema sanitario. Después de todo, la mayor polémica la generó una de las grandes estrellas deportivas de los Juegos Olímpicos: Ryan Lochte.

    El nadador y parte del equipo estadounidense de relevos que ganó la medalla de oro en Río 2016 tuvo la idea de emborracharse y salir a festejar su actuación, no sin antes vandalizar un baño en una estación de policía.

    Lochte y compañía fueron encañonados por un policía de orden público cuando éste se dio cuenta del desorden que realizaban los nadadores. La respuesta posterior por parte de los estadounidenses fue asegurar que habían sido asaltados a punta de pistola en Río de Janeiro. Y como la situación que se vive en la sede olímpica no es la óptima, y medio mundo se ha encargado de exaltar el tema de la inseguridad, a los deportistas les terminaron por hacer caso y nuevamente, a los brasileños dejándolos como pésimos organizadores. Se podían meter con todos, menos con el niño bueno de Lochte, menos con una de las grandes estrellas de unos Juegos limpios y pulcros.

    Al final, político o deportista, joven o viejo, las personas públicas representen al país que sea, tienen una obligación mayor a la del resto, un comportamiento ejemplar por mostrar en un país cuyos índices de violencia van en incremento. Ryan Lochte manchó su gran actuación deportiva, así como los cuatro mexicanos destruyeron su carrera política. Hoy en Brasil y en Estados Unidos no se habla más que del escándalo de los nadadores y no de su maravillosa capacidad en la piscina.

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    A Brasil se le ha atacado con dolo y saña. Los Juegos Olímpicos se ensuciaron mucho tiempo antes que comenzaran. Pero al final, los brasileños dieron un ejemplo que hasta en los momentos más oscuros que puede atravesar una nación, tienen la calidad humana para respetar al prójimo. Lamentablemente, no todos tuvieron la misma calidad humana.

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