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    El Tri, remedio al dolor que causó Donald Trump

    “El fútbol, no el soccer, es ese pequeño instante de tiempo conformado por 90 minutos, en el que el mexicano sueña con ganarle en algo a Estados Unidos”.


    Por:
    Andrés Corona Zurita.

    “Dicen que en el fútbol el mexicano encuentra los triunfos que la vida le niega”.

    Imagen Jonathan Moore/Getty Images
    “Dicen que en el fútbol el mexicano encuentra los triunfos que la vida le niega”.

    Un triunfo en Columbus no solamente borrará el doloroso recuerdo de un 2-0. El marcador, la racha, el estadio o el clima es lo de menos. Un triunfo de México ante Estados Unidos en el inicio de la eliminatoria se volvió un tema obligado.

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    Da lo mismo que Juan Carlos Osorio venga bien o mal, eso hoy no importa, es tema secundario. No importa si el Tri llega de ganar 9-0 o de perder 7-0, el fútbol, que es lo menos importante de lo más importante, es el consuelo que los mexicanos requieren después de confirmar que Donald Trump es el nuevo presidente electo de los Estados Unidos.

    Dicen que en el fútbol el mexicano encuentra los triunfos que la vida le niega. Una pelota es la medicina que el aficionado azteca no puede comprar en la farmacia; es el grito que puede alardear en la desgracia que se acaba de callar.

    Cuentan que la pelota es tan sagrada que no se puede ensuciar por la política, pero en contadas ocasiones ese balón es el trapo que limpia y seca las lágrimas que ruedan en una población.

    Rezan las anécdotas que la frontera mexicana se ha cruzado con una pelota que rueda en el desierto de Arizona o que flota en el Río Bravo. El fútbol es el antibiótico que no venden más que con una receta médica.

    En Columbus, dentro del Mapfre Stadium, se alza un muro que el mexicano no ha podido derrumbar desde 2001. El triunfo es obligado, no por los años que lleva sin ganar en patio ajeno, sino por un tema de orgullo. De querer, de poder, de lograr.

    Más que nunca, por un tema extradeportivo, los seleccionados mexicanos tienen que entender que el clásico de la Concacaf es, más que nunca, un partido que le tienen que regalar al pueblo.

    El fútbol, no el soccer, es ese pequeño instante de tiempo conformado por 90 minutos, en el que el mexicano sueña con ganarle en algo a Estados Unidos. No lo vence en el día a día, ni en la economía ni en la política, ni en la infraestructura o en el desarrollo. El aficionado azteca sabe que solo en el fútbol, en su fútbol, toma revancha de lo que acostumbra perder con un mundo de situaciones.

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    Esconderse de la migra, padecer hambre, irse del país con la bendición de la familia sabedor de que quizás no vuelvas a ver a los tuyos, sufrir, llorar, extrañar. Es un proceso que no todos entienden y que se borra cuando, tras pagar una buena cantidad de dólares, puedes ver en tu casa prestada a la selección que usa los colores de tu bandera.

    Las veladoras son para Hernández, para Vela, para Dos Santos, para Ochoa, para Márquez y para el propio Osorio. Antes de este extraño 8 de noviembre, la obligación mexicana era ganar por un tema deportivo, pero el viernes el triunfo va más allá de tres puntos, es más importante que si corren al técnico e, incluso, si se va o no a una Copa del Mundo.

    Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.

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