Tiger Woods salió caminando del green del hoyo 18 como campeón del Masters de Augusta por quinta ocasión, y con ello su título 15 en un torneo grande del golf, pero la sensación era totalmente diferente.
El último Masters de Tiger Woods, una victoria personal
A un año de la gran proeza en Augusta, el legendario golfista recapitula lo acontecido entonces.
Más memorable que cualquiera de sus golpes, el hierro 8 con el que embocó el 16to hoyo (el momento decisivo), fue su andar resuelto para encontrarse con su hijo, alzando a Charlie con ambos brazos.
Después fue el turno de su madre. Su hija. Sus leales colaboradores. Y finalmente un grupo de jugadores que le esperaban afuera del club, algunos con chalecos verdes. Habían estado en el vestuario reservado para los campeones, pero no podían perderse el momento de saludar al flamante campeón.
“Eso quedará grabado en las mentes de la gente por siempre”, dijo Rickie Fowler el mes pasado, dos días antes que The Masters fue pospuesto debido a la pandemia de COVID-19. ¿Su mayor victoria?
Cuesta evaluarlo con respecto a su primer título del Masters en 1997, triunfo con el que irrumpía ante el mundo. Woods fijó 20 récords y daba comienzo a una era de supremacía sin precedentes en el golf. ¿La más histórica?
Su victoria en la edición de 2001 en Augusta le permitió barrer los cuatro Majors en un lapso de 294 días, en una hazaña que nadie ha sido capaz de emular.
El más reciente triunfo no dejó de ser impactante por su significado para Woods, para el deporte, para sus colegas quienes crecieron viéndole como un ídolo y para una audiencia global que creía que algo así no volvería a ocurrir.
“Me encontré con un caudal increíble de correos electrónicos y mensajes de texto”, contó Woods en una teleconferencia reciente. “Pero más me sorprendió la cantidad de videos de gente viendo el Masters y ver su reacción con mi golpe en el 16 o cuando me salió ese putt, ya sea en aeropuertos o restaurantes. La emoción de la gente fue lo que conmovió”.
Eso fue lo que hizo diferente a este Masters con respecto a los otros cuatro, a este torneo grande con respecto de los otros 14.
Woods no fue el mismo el resto de la temporada de las grandes citas. Apenas jugó nueve hoyos de práctica en el campo de Bethpage Black y no pudo pasar el corte en el Campeonato de la PGA. Nunca entró en carrera en el Abierto de Estados Unidos en Pebble Beach, sitio donde se consagró por 15 golpes, su récord más intocable. Tampoco sobrevivió el corte en el Abierto Británico.
Se tuvo que operar otra vez la rodilla para reparar un daño leve de cartílago. Volvió a ganar, esta vez en Japón, para igualar el récord de victorias del PGA Tour con 82.
En sus dos torneos este año, con clima frío en California, no dio muestras de ser el vigente campeón del Masters. Al acusar molestias en la espalda, se bajó de tres torneos que usualmente disputa. Y ahora el golf está paralizado, algo que Woods, con 44 años, considera le hará bien a su cuerpo.
Woods ha observado el Masters del año pasado varias veces y grabó un segmento para la televisión estadounidense para ser transmitido el domingo ante la ausencia del torneo este abril.
Cada vez que Woods ganaba un grande, incluso el primero de sus 15, era acercarse al récord de 18 de Jack Nicklaus. Este fue diferente. Este generaba más satisfacción y redención que la ambición por más. Woods dijo que sus hijos solían describirle como el golfista de “YouTube” ya que nunca le habían visto en su mejor forma.
Estuvieron presentes en Carnoustie en el verano de 2018 cuando lideró por breves momentos el Abierto Británico. Le acompañaron en el Augusta National, y eso tuvo un mayor significado que el chaleco verde que lució, chaleco, según contó, se pusieron a pelear para ponérselo en el vuelo de vuelta a casa.
“Ha sido increíble para mi familia ser parte de esto, y en mi caso de ser el actual campeón del Masters, fue una locura que todo se conjugó en una semana”, dijo. “Una semana mágica”.