Juegos Olímpicos

    Epifenómenos Olímpicos: ¿Dioses o humanos?

    ¿Los deportistas de alto rendimiento son humanos? No; no entran en tal categoría. Son sustitutos de dioses".


    Por:
    TUDN


    Imagen Adam Pretty / Getty Images

    Por Guillermo Fadanelli | @gfadanelli

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    ¿Para qué los Juegos Olímpicos? Para imitar al infinito. Es imposible comerse de un bocado el infinito, de engullirlo. Lo decía Flaubert: ¿sobre la Exposición Universal de París, en 1867? Sí. Y ahora miles de atletas se desplazan en masa hacia un punto geográfico, hacia una ciudad sagrada.

    ¿Es eso fundamentalismo? Se reúnen levantadores de pesas (¿la halterofilia es una enfermedad?), tiradores de arco, esgrimistas, ciclistas y futbolistas. ¿Para qué? ¿Conviven así en algún otro espacio? ¿O son admirados con tal intensidad en sus países de origen? ¿Los medios los persiguen y acosan para conocer acerca de sus vidas? Cientos de periodistas persiguen a un waterpolista croata. Y él vuelve a la alberca para refugiarse de las cámaras. Eso nunca se ha visto. Pero el zoológico humano exige la reunión de absolutamente todos los especímenes deportivos. Concentrarlos y dominarlos. ¿Un panóptico olímpico? “Qué amansará al ser humano, si fracasa el humanismo como escuela de domesticación del hombre?” (Peter Sloterdijk en Normas para un parque humano).

    ¿Los deportistas de alto rendimiento son humanos? No; no entran en tal categoría. Son sustitutos de dioses y ni siquiera Kant podría devolverlos a su condición de hombres libres. “Dios tiene sus cortesanos; como los reyes, como los poderosos”, escribió Remy de Gourmont. Se gana el cielo corriendo una décima de segundo más velozmente que el semidiós ya muerto, saltando unos centímetros más alto que el resto de las aves sin plumas, de los bípedos de Mercurio; la tecnología los vigila y los espera la gloria. ¡Eso se llama adicción! Un milímetro más y que venga la medalla: un milímetro más, cueste lo que cueste. Vaya dopaje. Oye; ¿y no hay suficiente futbol ya en el mundo? Lo quieren todo, lo siempre suyo. Neymar se codea con un badmintonista y un remero de Skiff; vidas distintas y comedia.

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    “No a los futbolistas en la Olimpiada —exclamaría un marchista callejero, no olímpico—: su realidad está en otra parte.” José Luis Cuevas —que no Flaubert— opinaba de Siqueiros y los muralistas mexicanos; “Confunden lo grandioso con lo grandote.” En los Juegos Olímpicos no parece haber confusión, son la misma cosa: magnitud e intensidad.

    ¿La alberca cuya agua se tornó verde? Un misterio absoluto; una prueba de embarazo. ¿Cuántas piruetas dan en el aire los clavadistas? Cada vez más y mis ojos cansados no logran distinguir fácilmente la calidad ni la belleza de sus actos aéreos. Caen, los clavadistas, al océano glauco incendiados y girando como lo hiciera cualquier abatido Messerschmitt Bf 109 en la Segunda Guerra Mundial. ¿Y por qué han cercado con gradas una pizca de arena playera? La simulación. Llevarse a las bañistas a un coliseo plagado de cámaras. No se debió permitir algo así, el voleibol de playa; pero los visitantes al parque humano ya se han vuelto fanáticos de esta fantasía. ¿Y el table dance cuándo será investido de tal reconocimiento?

    No es correcto hacer tales analogías, mas ahora recuerdo que suspendieron de los Juegos Olímpicos al juego de Pelota Vasca, un deporte de exhibición, le llamaban. ¿Alguna solución? ¿Los pelotaris en traje de baño? No; hay tradiciones.

    Oro, plata y bronce. ¿Tres medallas? Atenas se volvió cristiana. Yo cedería cinco medallas de un mismo metal, y entonces se organizaría una buena mesa; olímpica sí, pero sin rey o reina. ¿Soy un Gavrilo Princip? No, ni siquiera soy nacionalista, sólo que cinco medallas del mismo color me parece algo pertinente. Los espectadores tenemos opiniones.

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    El espectador es ya la opinión tornada carne y hueso. Y vuelve a aparecer Remy de Gourmont: “La opinión sólo es chocante cuando es una convicción”.

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    Guillermo Fadanelli es escritor. Algunas de sus obras son: El idealista y el perro (ensayo); Plegarias de un inquilino (crónica); ¿Te veré en el desayuno?; Malacara; Educar a los topos; Lodo; Hotel DF; Mis mujeres muertas (novelas); El hombre nacido en Danzig (novela). Fundador de la revista y editorial Moho. Autor de la columna Terlenka, en El Universal. Su epitafio dirá: "Se equivocó en todo."


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