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    Mark Spitz y el escape del Holocausto judío

    El legendario nadador, que cumple 70 años, terminó su carrera escapando de la persecución a los judíos.


    Por:
    Ricardo Otero.

    Mark Spitz ganó nueve medallas olímpicas de oro.

    Imagen TUDN
    Mark Spitz ganó nueve medallas olímpicas de oro.

    El 4 de septiembre de 1972, Mark Spitz saltó a la piscina del Parque Olímpico de Múnich por última vez como el tercer relevo de la prueba combinada 4x100, tomó su turno de estilo mariposa con una pequeña ventaja y, al dar la vuelta completa, le dio dos segundos de colchón a Jerry Heidenreich, quien en el estilo libre aseguró el oro para los Estados Unidos.

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    Era el séptimo de Spitz en aquella justa para poner una marca que, se pensaba, nunca se vería rota. El tritón estadounidense fijó el estándar de excelencia para las leyendas de la natación, que tardó en realidad 36 años en ser superado por las ocho preseas doradas de Michael Phelps.

    Los mismos 36 años que, en la línea del pasado, habían transcurrido desde que el Tercer Reich tomó al olimpismo como medio de propaganda en los Juegos de Berlín. Un aspecto relevante si consideramos que Spitz es de ascendencia judía.

    Mark Andrew Spitz nació en Modesto, California. La familia de su padre es de origen húngaro y la de su madre, rusa. A los dos años, se mudó a Hawaii; a los seis, a Sacramento; y a los 14, a Santa Clara, donde terminó por forjarse como nadador de alto rendimiento.

    A los 18, con una altísima expectativa sobre sus hombros, obtuvo “solo” dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos de México, ambas en pruebas de relevos. Se inscribió en la Universidad de Indiana, bajo el mando de quien también fue el entrenador nacional, Doc Counsilman, quien cuatro años después lo llevó a una de las actuaciones más descomunales que se vieran en la historia del deporte.

    Pero a la mañana siguiente de lograr su séptimo oro con su séptimo récord mundial, Spitz fue sacado de la Villa Olímpica con tres guardaespaldas alemanes y llevado al aeropuerto para volar de inmediato a Londres. Al ser judío, era considerado un potencial objetivo de la organización Septiembre Negro que esa madrugada asesinó a dos atletas y mantenía secuestrados a otros nueve miembros del equipo israelí.

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    La escapada de Spitz, junto al lanzador de jabalina Bill Schmidt, también de ascendencia judía y quien ya había ganado una medalla de bronce, cobra otro significado al saber que a solo 12 kilómetros (7.5 millas) de la Villa Olímpica estaba el campo de concentración de Dachau, el primero de su tipo abierto por el régimen de Adolfo Hitler, en 1933, y en el que hasta su liberación en 1945 se encarcelaron a 188 mil personas -según el Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos- se asesinaron a 32 mil personas documentadas y miles más de las que no se tiene registro.

    En menor escala, pero Alemania volvía a vivir el horror de la persecución a los judíos, tres décadas después de la Segunda Guerra Mundial y cuando uno de ellos había maravillado al mundo en un evento que, desde la antigua Grecia, apuesta por la paz a través del deporte.

    El atentado de Múnich fue el episodio más oscuro en la historia moderna de los Olímpicos. Todos los rehenes fueron asesinados en un fallido intento de rescate en el aeropuerto el 6 de septiembre. La decisión del presidente del Comité Olímpico Internacional, Avery Brundage, de reanudar los Juegos después del atentado, difícilmente dejará de ser cuestionada algún día.

    Spitz se retiró del deporte de alto rendimiento justamente después de Múnich 1972, apenas con 22 años de edad y ya con nueve medallas olímpicas de oro al cuello, con las que igualaba entonces la marca histórica del fondista finlandés Paavo Nurmi y la gimnasta soviética Larisa Latynina.

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    En realidad, los planes de retiro de Spitz estaban marcados desde antes de aquellos Juegos, como expresó en una entrevista a The New York Times al año siguiente. Pero nunca cómo fue, escapando como los de su raza 30 años antes de un lugar hostil.

    Otras circunstancias, otras dimensiones, otras intenciones políticas pero a Spitz le tocó ver que el Holocausto no había terminado del todo.

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