Por Kyzza Terrazas | @anarconde
Ryan Lochte, el #LordOlimpiadas
“No tienen por qué pedir perdón. Son chicos tratando de divertirse”... ¿Cuántas veces escuchamos las mismas palabras en boca de Lords, Ladys o Porkys?
Ryan Lochte y otros dos nadadores del equipo norteamericano de natación aseguraron haber sido asaltados por un comando de hombres vestidos de policía; esto mientras iban a bordo de un taxi después de salir de una fiesta en el Club France de Rio de Janeiro. El relato parecía perfectamente probable.
Lochte abandonó el país al día siguiente, o eso se cree, y los otros dos lo intentaron un día después, pero fueron bajados del avión por la policía brasileña. Sus versiones son divergentes y no me detendré aquí a explicarlas, pero todo parece indicar que mintieron. Que iban borrachos y hubo algún tipo de altercado en una gasolinera. Que hicieron destrozos en el baño y que el gerente llamó a la policía. Que ellos sobornaron al gerente. Algo así. No importa qué. Una travesura. Otra aventurilla simpática más del último spring break.
¿Al fin y al cabo para qué son Rio de Janeiro o la Riviera Maya o Los Cabos? ¿Acaso no son colonias? ¿Playas con sirvientes que están ahí para el disfrute de quienes pueden venir y gastar dinero y liberarse?
“No tienen por qué pedir perdón. Son chicos tratando de divertirse”, dijo un representante del Comité Organizador. ¿Cuántas veces hemos escuchado esas mismas palabras? ¿Acaso no se utilizan los mismos argumentos para exculpar a Los Porkys del mundo? ¿Por qué siempre se perdona a los chicos blancos que no nunca quisieron hacerle daño al mundo y tienen por delante toda una vida?
El incidente, claro está, no parece grave. El asunto, sin embargo, está en cómo se nombran y se narra el hecho, la forma en que reaccionan las partes. Cómo se acepta una relación asimétrica entre razas, clases, países. No me interesa denunciar la inmoralidad de esos atletas. Imagino que muchos, como yo, hemos hecho cosas bastante peores. Y también es verdad que a menudo se culpa a la fiesta de todo, de manera que termina satanizándose el disfrute y la celebración. Me pregunto, sin embargo, qué pasaría si esos jóvenes hubieran sido mexicanos, kenianos o mujeres.
(Por cierto, ayer por la noche en Puebla unos “mirreyes” ebrios a bordo de un Porsche embistieron a un Jetta, cuyo conductor murió después de salir disparado a través del parabrisas y caer sobre el asfalto. Habrá que ver cuál será su destino jurídico.)
Las olimpiadas se terminan ya, por suerte. Al menos ya no habrá que soportar más lamentos nacionalistas por la sequía de medallas y volveremos a escuchar el crujir de huesos de la cotidianidad.
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Kyzza Terrazas es escritor y cineasta. Nació en Nairobi, Kenya, por lo que siempre ha (creído) querido ser negro —entre otras cosas, para jugar mejor futbol. Sobra decir que tiene preferencia por las selecciones africanas. También es autor de los libros El primer ojo y Cumbia y desaparecer. Director y guionista de Matapájaros, El lenguaje de los machetes, Carta al ingeniero, entre otras.