SAMARA, Rusia.- Ir a un país como Rusia para un occidental promedio implica cierto choque cultural desde el momento en el que aterriza su avión, sin embargo, los aeropuertos del país de la Copa del Mundo parecen un oasis en este fenómeno.
Día 15 | La ilusión viaja en avión
La experiencia menos rusa en esta Copa del Mundo ocurre en los aeropuertos, donde es fácil saber qué vuelos llevan a los partidos de equipos latinos.
La extraña paradoja de estar prácticamente al otro lado del mundo es que las terminales aéreas parecen una pequeña Miami, donde predominan, si no en número de manera inevitable en presencia, los aficionados hispanos.
Pero antes de entrar de lleno al tema, es importante hacerles saber algunos detalles de la experiencia de viajar a y dentro de Rusia,
Si aún planean venir a Rusia, sepan que el ingreso es con visa, pero el Fan ID lo sustituye hasta el 25 de julio. Al momento de pasar migración, se les da un papel del tamaño del pasaporte, la tarjeta de migración, y si bien el agente generalmente no dice nada al darlo, es obligación preservarlo, pues no se permite la salida del país sin él y lo piden en todos los hoteles a donde se llega.
Además de las tradicionales medidas de seguridad, al entrar a cada aeropuerto se hace otra revisión a cada persona que ingrese, sin importar que vaya a tomar un vuelo o no.
El personal de las ventanillas de documentación habla inglés o al menos no nos hemos topado con alguien que no. Lo mismo con la tripulación en cabina, una experiencia nada diferente a lo que estamos acostumbrados.
Si algo caracteriza a los Mundiales, especialmente a aquellos en países tan extensos como Rusia, es que para ir a cada partido de un equipo en particular hay que trasladarse entre ciudades.
La mayoría de los vuelos internos en Rusia tienen conexión en Moscú, lo cual puede ser un inconveniente. Por ejemplo, hoy nos trasladamos de Ekaterimburgo a Samara con escala en la capital. La distancia en línea recta entre estas dos ciudades es de 780 kilómetros, pero en realidad recorrimos 2 mil 274.
Pero lo que le ha dado sabor a este Mundial es que basta toparse con una sala de espera llena de gente con playeras del Tri para saber cuál lleva al siguiente partido de México. Lo mismo, particularmente, ha pasado con peruanos, colombianos, argentinos y brasileños. No es por hacer menos a panameños, uruguayos y ticos, que también han estado bien representados, pero su población es más reducida y, sin embargo, también se diferencian en los aeropuertos.
Se juntan en grupos y a veces rompen con la tensa calma de los pasajeros en espera con cánticos. Al menos los mexicanos -es de lo que puedo hablar, al ser mi nacionalidad, en cuanto se reconocen, se dirigen la palabra como nunca lo harían en sus ciudades; si eres latino de otro país, se dan muestras de apoyo; se cuentan sus historias personales y, con suerte, hasta ligan.
Sí, no siempre pasa, pero a veces las porras llegan hasta la cabina del avión.
Particularmente este en último vuelo que tomamos, de Moscú a Samara, el 60 por ciento de los pasajeros eran colombianos en busca de llegar al partido ante Senegal literalmente de último minuto, pues aterrizó a tiempo a las 16:50 horas locales, 70 minutos antes del juego en un estadio que está a no menos de 35 minutos en coche del aeropuerto.
Y con todo y las prisas, la legión cafetera llegó ilusionada de obtener ese triunfo que los llevaría -y los llevó- a los Octavos de Final, como si nada más importara en ese momento que llegar al estadio y alentar a su selección.
La Rusia Babilonia viaja ilusionada en avión.