La imagen de Javier Mascherano sangrando resume a la perfección a esta Argentina. Todo le cuesta, cada juego se le hace cuesta arriba, debe dejarse la piel y la sangre en los partidos para poder ganarlos. No le alcanza con nombres rutilantes o varias estrellas de las mejores ligas del mundo, mucho menos le alcanza con la camiseta.
Opinión | La Argentina de la sangre, el sudor y las lágrimas
A la Albiceleste le cuesta todo el doble a pesar de tener nombres rutilantes. Clasificó con agonía a los octavos de final, igual que había hecho para estar en el Mundial, y no puede darse el lujo de no poner el alma en cada pelota. Así hizo ante Nigeria, que se repita.
Un repaso a su campaña en las Eliminatorias de la Conmebol delata el sudor que tiene que derramar en cada paso. Se clasificó al Mundial de Rusia en la última jornada. Lo hizo por la ventana, igual que ahora para llegar a los octavos de final en un grupo altamente favorable. No es casualidad que el punto en común entre aquella agonía y la de ahora sea Lionel Messi.
En la complicada ciudad de Quito, desfavorable históricamente para la Albiceleste, 'Leo' jugó su partido más decisivo en la selección argentina. Tres goles para asemejarse al del Barcelona, limpiando su imagen, al menos hasta que empezara a rodar la pelota en Rusia. Ayer, cuando Argentina estaba otra vez en coma, se alzó como líder futbolístico -la función que se espera del mejor del mundo- y abrió la esperanza ante Nigeria.
Tampoco fue producto del azar ver a Messi tirándose al piso sobre el final del partido para recuperar una pelota, como si fuera un defensor más. Tal vez fue para devolverle gentilezas a Marcos Rojo, que antes se había vestido de Messi para definir con calidad el boleto a octavos. Sin embargo, lo más probable es que se haya raspado contra el césped para demostrar que él también puede.
Y esa es la actitud que precisa esta selección argentina. No puede darse el lujo de no correr, de no meter, de no poner sobre la mesa todo lo que tiene. No le sobra nada, sino todo lo contrario.
No fue magia lo que convirtió a este grupo, que pasó de no mostrar corazón en los dos primeros compromisos a dejar el alma en cada pelota frente a los africanos. La transformación llegó gracias a la gente, que contagió a los jugadores.
La tremenda demostración de apoyo que los aficionados argentinos les dieron a estos jugadores, un día antes del choque decisivo, no podía dejar indiferente ni al más frío. Si no salían a comerse a los rivales o a trabar con la cabeza los balones divididos es que ya no había remedio. Los contagiaron a tal punto que volvió a verse ese fuego sagrado que siempre destacó al fútbol argentino.
Las lágrimas que derramó más de una vez Messi por la frustración de no poder ser el mismo del Barça se lavaron parcialmente ayer, con otras lágrimas, pero de alegría. Una alegría que, como todo en el fútbol, es efímera. Se viene Francia, un rival de cuidado y candidato a ganar la Copa. Habrá que derramar litros de sudor y sangre para ganarle. Otra no queda.