El Mundial de Italia 1934, la primera Copa europea, no pudo desligarse del enrarecido clima político y social que envolvía al Viejo Continente.
Tinta Mundialista: Mussolini y sus amenazas para que Italia fuera campeón en 1934
Amenazas a los árbitros y a sus propios jugadores: el dictador juró que Italia debía ser campeón del mundo. Aquí la historia.
El régimen despótico de Benito Mussolini vio el evento deportivo como un elemento útil que robusteciera su régimen. Presionó primero a la FIFA para que su país organizara el campeonato y luego se valió de métodos sombríos para que el equipo "azzurro" no tropezara en su camino hacia el título mundial.
Días antes del comienzo del torneo, Mussolini se reunió con el entrenador italiano, Vittorio Pozzo, para advertirle: "Usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar".
La amenaza de "Il Duce" se hizo extensiva también a los jugadores. "Ganan o shhhh", les advirtió pasando su dedo índice por la garganta, durante una comida supuestamente de "camaradería".
La selección local fue reforzada con cuatro jugadores argentinos -Luis Felipe Monti, Raimundo Orsi, Enrique Guaita y Atilio Demaría- y uno brasileño, Amphiloquio Marques, quien adoptó el nombre "Anfilogino Guarisi" para pasar por natural de la península itálica.
La influencia política se notó, y mucho, en los arbitrajes. Los españoles se quejaron del referí belga Louis Baert, a quien acusaron de permitir que los italianos pegaran sin piedad en el duelo disputado el 31 de mayo en Florencia, que finalizó igualado 1-1.
El desempate se jugó al día siguiente en el mismo escenario, y un nuevo juez, el suizo René Mercet, también ignoró las patadas de los locales. Los ibéricos disputaron casi todo el segundo tiempo con diez hombres, por la lesión de Crisanto Bosch, y perdieron uno a cero.
Tras la semifinal ante Austria, el entrenador visitante, Hugo Meisl, también responsabilizó al referí, el sueco Ivan Eklind, por la derrota de su equipo. "Es imposible ganar en el ambiente que han preparado. Hay que resignarse y dejar que los azules se queden con el título. Son brutalidades inadmisibles y, si no se corrigen, perturbarán el verdadero deporte".
La final entre Italia y Checoslovaquia se jugó el 10 de junio en Roma, en el estadio del Partido Nacional Fascista. Cuando el árbitro Eklind –elegido a dedo- pitó la culminación del primer tiempo, con el marcador en blanco, el “Duce" Benito Mussolini saltó de su silla y corrió hasta el vestuario local.
Allí, el dictador encaró al argentino Luis Monti y lo "sermoneó" por la gran cantidad de patadas que había repartido entre sus rivales. Mussolini le señaló que, con uno de sus arteros golpes, el volante sudamericano había derribado al checoslovaco Oldrich Nejedly dentro del área italiana y le remarcó que no se había sufrido un penal en contra gracias a que el "benévolo" Eklind estaba "colaborando" con su causa.
Empero, le advirtió que, si se repetía una situación de esa naturaleza, al sueco no le quedaría más remedio que sancionar la falta. El dictador le pidió al argentino que ayudara al juez y no le complicara su "trabajo" con acciones tan difíciles de encubrir.
Mussolini regresó a su asiento para disfrutar del triunfo italiano, por 2 a 1, y también del ejemplar comportamiento que el endulzado Monti desplegó en el complemento.