Realmente todos somos millennials cuando no podemos prestarle atención a nada sin tocar la pantalla del teléfono cada cinco minutos. Las redes sociales llegaron para quedarse y, en términos futbolísticos, esto implica que quien diga haber visto ininterrumpidamente los 90 de cualquier partido francamente está diciendo mentiras.
Boca Juniors-River Plate: ¿fútbol no apto para “millennials”?
Las finales de Libertadores siempre lo tienen todo… menos ese espectáculo propio de nuestra era, la de Messi y CR7, del Balon D'Or e Instagram.
Así las cosas, un Boca Juniors contra River Plate se presenta como la gran oferta de una tienda de antigüedades, puesto que lo importante siempre es el partido en sí por sobre los destellos (si es que los hay) de calidad individual. Es decir que un Boca-River solamente es capaz de viralizarse cuando genera imágenes de impacto instantáneo:
La lata de gas lacrimógeno que estalla en el túnel de la visita, el drone que vuela vestido de fantasma de “La B,” la bengala que le pega a alguien, la celebración de un Carlos Tévez que baila como gallina clueca y la estereotípica trifulca donde siempre se mezclan jugadores, utileros, policías y gente que nada tenía que estar haciendo ahí.
El fútbol, por sí mismo y sin embargo, no irradiará esa aura de glamur y espectáculo que hoy día acapara la Champions League. Darío Benedetto no define ocasiones con la elegancia de Benzema y Leo Ponzio no filtra balones con la visión de Busquets.
Metafóricamente hablando, pedirle a la Copa Libertadores esos flashazos con los cuales Messi y CR7 aparecen sin ser llamados en nuestros timelines y newsfeeds es simple y sencillamente pedirle peras al olmo. Tanto xeneizes como millonarios saben de antemano que aquí la derrota va más allá de la humillación pasajera de un meme y por tanto cualquier chispazo de genialidad será apagado mediante un empujón o una patada. Tal vez algo peor.
Es que en la Libertadores la virtud no está en el genio del individuo sino en la tenacidad del grupo. De lo cual se desprende que Boca-River jamás es una colección de trucos y piruetas sino más bien una épica donde el sudor, la saliva y la sangre solamente valen la pena al momento de alzar la copa.
Boca-River es pues un largometraje de 180 minutos, del todo inadecuado para una era en la cual las audiencias pierden interés en el lapso de un swipe del dedo pulgar. El juego quizá nos decepcione, aunque quienes estamos a prueba somos nosotros mismos y nuestra cultura "millennial."