En cuanto a cifras totales en Olimpiadas de Verano, Estados Unidos es el gran gigante del continente americano (y el gigantón mundial), con casi dos mil 500 medallas de distintos metales. El segundo lugar continental es Canadá con 279 por las 219 de Cuba. Sin embargo, la Isla tiene más oros que el país de la hoja de maple: 77 contra 63.
¿Por qué los dos gigantes deportivos del continente son sólo sombras en el fútbol?
Estados Unidos y Cuba son máquinas de ganar medallas de oro en los Olímpicos, pero jamás han sobresalido en el deporte más popular del orbe.
Es decir, habiendo participado incluso en menos ediciones de Juegos Olímpicos que Canadá, Cuba es el segundo lugar respecto de Estados Unidos. Se trata pues de los dos titanes deportivos en este lado del océano Atlántico.
No obstante, ambos países no son reyes en fútbol. Ni siquiera condes ni marqueses: quizá únicamente son plebeyos. Años, lustros, décadas, muchas décadas, tal vez pasarán antes de que Estados Unidos o Cuba ganen un Mundial como ya lo hicieran Brasil, Argentina y Uruguay. El Team USA se metió a cuartos de final en Corea y Japón 2002, y Cuba no clasifica desde Francia 1938.
¿Qué explica que las potencias de las Américas estén tan, pero tan rezagadas en el deporte que por su popularidad es sinónimo de lenguaje universal?
Utilicemos un ejemplo de otra disciplina para aproximarnos al meollo del asunto: el boxeo. Según una investigación del New York Times, “mientras Estados Unidos todavía lidera el conteo de medallas totales por box, Cuba es el país más ganador desde 1960, incluyendo 34 oros. Pero la racha cubana quizá termine en 2020 debido a la decisión de abrir el pugilismo olímpico a boxeadores profesionales”.
Los boxeadores viven en mundos distintos: por un lado, aquéllos que compiten desde el amateurismo (las leyendas isleñas Teófilo Stevenson y Félix Savón, ganadores triples de medallas doradas, son ejemplos perfectos) y, por otro lado, aquellos profesionales que cobran millones gracias a la intermediación de la industria (‘Money’ Mayweather, Tim Bradley, etcétera). Óscar de la Hoya representa la mezcla de ambos mundos: presea dorada en Barcelona 1992 convertido a ganador de cinturones de distintas organizaciones como el Consejo Mundial de Boxeo.
Usando el box, puede decirse que lo que impide a Estados Unidos y a Cuba sobresalir verdaderamente en el fútbol es la brecha que hay entre deporte amateur y deporte profesional. Mientras los futbolistas cubanos no puedan profesionalizarse (esto es, cobrar jugando en ligas profesionales) Cuba no podrá siquiera soñar con meterse a un hexagonal de la Concacaf.
Los futbolistas estadounidenses, desde esta perspectiva, están “sobre-profesionalizados”. En otras palabras, jugadores competentes como Michael Bradley o Clint Dempsey dejaron la Serie A de Italia y la Premier League por el Toronto FC y los Seattle Sounders a cambio de salarios que multiplican el dinero que ganaban en Europa.
Paradójicamente, el mejor fútbol del mundo –el europeo- es inalcanzable para los cubanos, pero no puede competir económicamente con lo que la Major League Soccer es capaz de pagar a los mejores jugadores de Estados Unidos.
De este modo, Estados Unidos y Cuba demuestran cuán ganadores son en las disciplinas que tienen en los Juegos Olímpicos su expresión máxima. Como el fútbol vive aparte, criterios profesionales, y sobre todo económicos, explican el porqué estos dos países son sombras de los gigantes que se cansan de ganar oro en otros deportes.