En el deporte tenemos una escala extraoficial para calificar a los atletas: aquellos que sobresalen son un “fuera de serie” y los poquísimos que hacen cosas fuera del guión, son "extraterrestres".
Ricardo Otero | Roger Federer es humano
El suizo fue conmovido por el público que llenó la Plaza México en su duelo de exhibición.
Aquellos que "solo" son "comparsas" del show, son solo seres humanos, tratados, eso sí, de manera injusta, como si estuviera al alcance de cualquiera ser un deportista de alto rendimiento.
Quienes nos hemos levantado alguna vez a las 3 de la mañana para ver una Final del Abierto de Australia o quienes soportamos las siete horas y fracción -pausa por lluvia incluida- de la Final de Wimbledon de 2008 no nos hemos cansado de repetir, casi como si realmente fuera verdad, que Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic son seres fuera de este mundo. Mutantes en piel humana que hacen cosas más allá de la imaginación, que doblegan al cansancio sistemáticamente.
Lo que presenciamos el sábado en la Plaza México tiene en realidad poco valor competitivo, pero incalculable en lo que realmente le importa al aficionado al deporte: lo emocional. Veinte Grand Slams valdrían nada si cada persona en la audiencia, presencial o remota, no fuera capaz de dimensionar todas las dificultades y sacrificios que se requieren para llegar a ellos, porque sin contexto no hay historia.
Roger Federer y Alexander Zverev se embarcaron en una loca travesía que los llevó por seis países de dos continentes y los dos hemisferios en nueve días, desde su participación en el ATP Finals de Londres y pasando por Buenos Aires, Santiago, Bogotá, Ciudad de México y Quito.
Hubo de todo: desde la desafortunada cancelación del duelo en la capital de Colombia, ya en plena arena, por el toque de queda del viernes que impuso el gobierno a causa de las protestas por las políticas económicas del presidente Iván Duque, hasta la fiesta de la Plaza México que impuso un récord de asistencia para un partido de tenis en toda la historia, con 42 mil 517 aficionados.
Ahí, en un ruedo convertido en pista de tenis, Federer demostró que no es un extraterrestre, sino un ser humano, tan terrenal como cualquiera de nosotros, pero con un talento extraordinario que ha sabido explotar y que lo ha puesto en su lugar.
El ser humano que bailó, que posó para fotos, que regaló una raqueta y dos pelotas a un niño y que no pudo evitar voltear cuando alguien desde la grada gritó “ I love you, Rafa”.
El que, en la conferencia de prensa matutina previa al partido, se vio con alguna muestra de cansancio en los ojos por las pocas horas de sueño, pero respondió con paciencia y total amabilidad cada pregunta.
El que parecía doblegarse cuando 42 mil gargantas le rogaron presentarse en el Abierto de Acapulco, pero que recuerda que ante todo está la palabra y no podía comprometerse a romper su contrato con el torneo de Dubai, que se celebra en la misma semana.
No es que sea nuevo ver gestos de humanidad de Roger Federer, pero México la sacó a flote a su máxima expresión, no solamente de generosidad, sino también de emociones. Un país que demostró que debajo de esa máquina de jugar tenis y esa mente prodigiosa hay un niño al que le gusta jugar, sonreír y bailar.