Cuando uno observa el panorama actual del futbol internacional, encuentra dos cosas: que hay una correlación casi imposible de superar entre el poder económico y los títulos deportivos; y que los torneos de clubes cada vez tienen mayor prioridad sobre los de selecciones; pero si hubo alguien que alguna vez desafió esos paradigmas y le dio un sentido casi romántico y demasiado humano –para bien y para mal– fue aquel que elevaron a nivel de d10s: Diego Armando Maradona.
Maradona: el último soldado, el d10s más imperfecto
Ya sea con la zurda o desde la izquierda, Maradona plasmó su ideología en cada momento de su vida, hasta el último día.
De hecho, cualquier análisis y obituario desde lo deportivo para describir al “10” argentino queda muy corto: hay que apelar a la psicología, la sociología, la política, la salud pública y hasta a la física.
Maradona fue el último soldado de la guerra de las Malvinas, como también aquel cuya personalidad llevó a formar un culto. Fue aquel que, con el gafete de capitán, volteó a ver sobre el hombro con un desprecio descomunal a la selección inglesa durante la ceremonia de los himnos nacionales el 22 de junio de 1986 sobre la cancha del Estadio Azteca, cuatro años después de que la armada británica arrasó a la argentina por la posesión de las –oficialmente- Islas Falkland.
Una hora después y con solo cuatro minutos de diferencia entre uno y otro, Diego pasó de la marullería a la genialidad más grandes: un gol con la mano y luego dejando sembrados a la mitad de los ingleses. De “la mano de Dios” al gol del siglo hay un Maradona de distancia –que me disculpen los sistemas de medición convencionales– y la descripción más ilustrativa de la vida entera.
Quienes hemos crecido viendo una y otra vez la prodigiosa narración del gol del siglo de Víctor Hugo Morales entendemos de qué se trata, pero nos es difícil explicarlo. Aún así haré el intento: Maradona vengó en dos cortos actos a nombre de un país al reino que dominó a medio planeta, con la trampa y la épica en estados puros.
Aquel acto de venganza no fue casual. Durante su vida, Maradona se convirtió en un ícono de la izquierda latinoamericana. Cuestionado por sus amistades con Fidel Castro, Hugo Chávez y Nicolas Maduro, no le importó perder simpatías por defender sus ideas políticas. Basta un vistazo a Villa Fiorito y al escenario de la Argentina de finales de los años 70 para entender que nada de lo que construyó su forma de pensar fue fortuito.
Cuatro años después, Diego, en un papel involuntario de conquistador, infringió la derrota más dolorosa que ha sufrido Italia en una Copa del Mundo, la de las Semifinales de su Mundial. Argentina llegó a esa fase con un futbol poco vistoso, con una derrota ante Camerún en la inauguración y justo después vencer por penales a Yugoslavia, y se medía a la casi imbatible Azzurra en San Paolo, en la tierra donde Maradona ya casi era una deidad. La conquista de Nápoles fue completada aquella noche desde el manchón penal, con un héroe en la figura de Sergio Goycoechea, quien llegó a ese torneo en rol de suplencia, tras una épica de resistir 120 minutos incesantes ataques.
Y es que en cuatro años, Maradona llevó del anonimato a la grandeza a un club pequeño que retó a los imperios del Milan de Sacchi y la Juve de Zoff. Dos scudettos y una Copa UEFA que pusieron en el mapa al Napoli y que volvió a las mazmorras tras el descenso del ídolo.
“Jugó, venció, meo, perdió”, escribió Eduardo Galeano –otro ícono de la izquierda latinoamericana– en su capítulo dedicado a Maradona en “El futbol a sol y sombra”. Un año después, el astro fue hallado positivo por dopaje y tras un regreso que prometía el regreso del rey, la última vez que se le vio en una cancha de una Copa del Mundo salió de la mano de una enfermera para nunca volver.
Alegó que todo fue una conspiración en su contra de la FIFA y de la federación italiana. Que nunca le perdonaron la conquista de Nápoles.
Pero su adicción a la cocaína fue real. Su problema con las drogas fue aceptado con aquella mítica declaración del partido de despedida en la Bombonera en 2001, cuando dijo que “yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.
Maradona se fue en la misma fecha que Fidel Castro, pero cuatro años después: la misma pausa que hay entre Mundiales, la misma que hubo entre su ascenso y lo que duró su reinado, y también lo que duró su posterior caída.
Como si hasta para eso este d10s quisiera hacer una sentencia.