Jorge Luis Borges, uno de los mejores escritores argentinos del siglo pasado junto a Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar, alguna vez publicó un imperdible ensayo cuya tesis principal es que el individualismo es el peor vicio argentino. Paradójicamente, lo tituló "Nuestro Pobre Individualismo," puesto que esa inclinación al egocentrismo afecta a toda una sociedad.
El individualismo de Argentina tocó fondo en el fiasco del Boca-River
Prensa y opinión pública en ese país siguen lamentándose y preguntándose cómo fue que una fiesta acabó en funeral.
En otras palabras, Borges señalaba que el argentino siempre se ve como un individuo y no como miembro de una colectividad: esto es un ciudadano. Mientras la cultura estadounidense, dice él, está basada en el imperio de la ley donde la ley enuncia las libertades individuales al mismo tiempo que las delimita, el argentino no reconoce límites a sus expresiones individuales.
De modo que esto es un arma de doble filo: por un lado se enaltece el genio individual, aunque por el otro se menosprecia el trabajo de los demás. "La Mano de Dios" y "El Gol del Siglo" de Maradona contra los ingleses son por igual celebraciones del individualismo tanto como menosprecio al aporte de sus compañeros. Y es que, cuando en la final de México 1986 los alemanes neutralizaron al diez, al rescate acudieron Burruchaga, Valdano y el 'Cabezón' Ruggeri entre otros.
Así, el drama contemporáneo de Messi con su selección siempre ha sido más bien un melodrama individual: la historia de Maradona si Maradona no hubiera ganado nada.
Como no podía ser de otra forma, ese individualismo argentino denunciado por Borges acabó matando la alegría y la épica del Superclásico más importante de todos los tiempos. Borges tuvo razón: si en los cuartos de final de la Libertadores 2015 fueron los hinchas xeneizes quienes no reconocieron límites al agredir a los jugadores de River bombardeándolos con gas lacrimógeno, ahora fueron los hinchas millonarios quienes con su ego herido se pasaron de la raya bombardeando a los de Boca con palos y piedras.
Quizá los barras bravas de River no sean peores que los de Boca, (quizás simplemente sean iguales), pero sí decepcionaron más. Decepcionaron más ya que tuvieron la oportunidad de demostrarse mejores, dejando pasar las burlas por su descenso a la B y otros agravios, resistiéndose a la tentación de la venganza, y la dejaron pasar terriblemente.
Boca y River quedan pues reducidos a meros símbolos del egocentrismo, de ese individualismo que nuevamente se ha llevado entre las patas todo lo bueno que Argentina le ha regalado al mundo del fútbol. En el deporte no hay enemigos, sino adversarios cuya competencia en buena lid nos hace mejores, no como individuos sino como miembros de algo más grande. Para jugar fútbol, tanto como para bailar tango, siempre se necesitan dos.