Por Omar Carrillo H.
@OmarCarrilloHH
Los mil rostros de Sergio Ramos
El capitán del Real Madrid tuvo una tarde de antología y levantó en el cielo de Cardiff la duodécima Champions League de los merengues.
Teatral, exultante, excesivo. Sergio Ramos marcó muy pronto su territorio ante Juventus como esas bestias salvajes que requieren a cada paso defenderlo solo por naturaleza. Por enseñar los dientes y darse a respetar.
Mario Mandzukic se tiró en el área del Real Madrid y tumbó a uno de sus compañeros, el capitán madridista se le fue encima aunque el rival estaba en el piso.
Los ojos desorbitantes del croata, los de Ramos acosando. Intimidando.
Si uno va a marchar a la guerra quiere un general con los tamaños de Sergio Ramos. Con su teatralidad ante el rival y su solidaridad con el compañero. Con su capacidad de exponerse, de empujar y salir avante.
Un general que sea al mismo tiempo un guerrero y arriesgue de cualquier manera. Con los pies, con las manos. Con los ojos, con la lengua. Incluso con una mentira o con la verdad por delante.
Porque Cristiano dirige el ritmo futbolístico de un equipo enorme, pero es Sergio Ramos el que carga consigo el cronometro anímico. Y con él va marcando los tiempos del conjunto merengue.
Los de enseñar los tacos o los dientes, los de defender con el balón o sin él, los de adelantar filas o atrasarlas. Los de ser sincero con el compañero, los de esconder la verdad al contrario.
Es cierto que Mandzukic se vengó con un gol de antología, pero que se nombre alguno que ha salido sin heridas de batallas tan grandes. Luego, la nada de la Juventus.
Sergio Ramos va acrecentando su leyenda con actuaciones como las de la tarde del domingo. Es cierto que en sus dos anteriores finales de Champions anotó, pero ante la Juventus ni falta hizo.
Impasable tras el tanto del croata, tiró los hilos de la defensa merengue y empujó a todo el equipo a la victoria.
A tiempo en cada jugada, en cada relevo. Dirigió a Carvajal, Varane y Casemiro con precisión y atingencia reconvertido, y enseñando ya a estas alturas su rostro de maestro.
Y provocó la expulsión de Juan Cuadrado hacia el final del juego con un desplante histriónico digno de un Goya cuando no de un Oscar.
Finalmente, tras los 90 minutos, levantó por todo lo alto el trofeo de la Champions League y enseñó -debajó de sus mil rostros y sus mil tatuajes en el cuerpo-, su cara más amable; la de la victoria.