Cuando Maradona intentó poner de diez a Lionel Messi en el Mundial de Sudáfrica, el experimento acabó fracasado por el contundente 4-0 de Alemania en cuartos de final. La prensa británica (acaso la más enfocada en el aspecto táctico del balompié) concluyó que el juego argentino con ‘enganche y dos puntas’ había sido sepultado por la modernidad alemana.
James Rodríguez, último de una especie en peligro de extinción
No convence a Zidane en Madrid así como Paulo Ganso no convence a Sampaoli en Sevilla ¿su pecado? Jugar de ‘diez’, como los antiguos.
Alinear con Gonzalo Higuaín más Carlos Tévez con Messi detrás, se decía, dejaba muy solo a Javier Mascherano en la media de contención, haciendo de la Albiceleste una escuadra vulnerable cuando el rival podía moverle la pelota por fuera. La goliza teutona habló por sí misma y desde entonces nadie pensó en Messi como enganche otra vez. Quizás ni él mismo se piensa así.
Siete años después, no paramos de preguntarnos cómo es que aquel mágico enganche galo llamado Zinedine Zidane sigue borrando a James Rodríguez, (uno de su misma raza futbolística). Sin embargo, ‘Zizou’ seguramente recuerda mejor que nadie que su Francia en 1998 jugaba con un solo punta y que, cuando el entrenador brasilero Vanderlei Luxemburgo intentó hacerlo jugar detrás de Raúl y Ronaldo, la Casa Blanca acabó incendiada y derrumbada.
James es colombiano; proviene de una tierra productora de elegantes enganches cadenciosos quienes no obstante siempre hallan difícil romperla fuera de Colombia (McNelly Torres, Sherman Cárdenas, Edwin Cardona). Por ello, el mundo futbolístico se sorprendió al enterarse de cierto chico colombiano de 18 años saliendo campeón en la Argentina con el modesto Banfield en 2009. La llevaba bordada a la bota en campos donde normalmente jugadores así salen cosidos a patadas.
En otras palabras, el fútbol de James es una preciosa reliquia de tiempos pasados mientras el Madrid vive enganchado al futuro: con ir a por la doceava, por la treceava, por la catorceava. Y así hasta nunca acabar.
Su tragedia es también la de Paulo Henrique Ganso, quien según medios de su país aguarda ansioso a que Jorge Sampaoli se marche de Sevilla rumbo a la Argentina para poner a Messi donde Messi quiera jugar. Ganso pertenece a la misma camada de Neymar (y juntos ganaron la Libertadores 2012, ver fotogalería arriba), mas Neymar es jugador de banda y Ganso es volante de enganche. Mientras ‘Ney’ voló a Europa al año de salir campeón, Ganso permaneció encharcado en Brasil otras cuatro temporadas antes de aterrizar en España.
No hay misterio pues en la suplencia de James ni en la de Ganso. La triste paradoja de poseer talento de sobra para jugar y hallarse clavados al banco de suplentes se ha repetido en otros tiempos y con otros nombres: el checo Tomas Rosicky (apodado el Amadeus Mozart del fútbol) fue alejado gradualmente de la zona de tres cuartos antes de que las lesiones acabaran con su carrera. Fue bello mientras duró. El eslovaco Marek Hamsik algunos partidos jugó como ‘diez’ en Nápoles (le decían el 'Marekdona') antes de evolucionar hacia una versión salvaje de Andrés Iniesta.
Riccardo Saponara, ‘el enganche misterioso de la Serie A’, era titular jugando con dos rematadores por delante hasta que llegó cedido a la Fiorentina, donde pasa más tiempo sentado en la madera que corriendo en la cancha.
En los tiempos modernos los enganches nacieron culpables del pecado original de la incomprensión. No tienen cabida. O se retrasan, o se pegan a la banda, o se van adelante. Esto mata su esencia como creadores solitarios de fútbol. James y Ganso son los últimos de los mohicanos. Sin Zidane ni Sampaoli, aguardan encontrar por fin su lugar en las canchas. Ojalá que lo logren y que le den un significado distinto a la modernidad.