Varias veces en los últimos meses me ha rondado un pensamiento que, si bien es algo pesimista y poco factible que ocurra, sí nos puede hacer valorar la experiencia del aficionado al deporte: ¿Qué tal si ya fui por última vez a un estadio?
Ricardo Otero | ¿Mejorará la experiencia en los estadios tras la pandemia?
A 10 meses de la última vez que vimos estadios llenos en México, no sabemos si se diseñan estrategias de experiencia al aficionado para su regreso.
Tarde o temprano volveremos a ver estadios llenos y el recuerdo de 2020 y —muy seguramente— 2021 será solo eso, un recuerdo, pero descubriremos si este tiempo fue tomado en serio por clubes, Ligas y torneos para mejorar la experiencia que vive el aficionado en las gradas o si fue una oportunidad desperdiciada.
Si ya fue mi última vez en la grada de un estadio, no podría quejarme. Fue en el Juego 7 de la Serie Mundial de 2019 en el Minute Maid Park de Houston. Claro, fue en asignación de trabajo, pero nadie me quita el placer de ver con mis propios ojos el único Clásico de Otoño con victorias exclusivamente de los visitantes.
Como aficionado, fue el 16 de agosto de ese mismo año en un partido de beisbol de Diablos Rojos vs. Tigres en el Estadio Alfredo Harp Helú, y si nos vamos al futbol, peor tantito: fue un Pumas vs. Lobos BUAP en el Olímpico Universitario.
(Sí, los Lobos BUAP ya no existen. Fue en 2018. Uno trabaja y tiene horarios complicados, saben.)
El estadio de los Pumas es, estéticamente, el más bonito que haya visto: su forma, sus alrededores con el campus de Ciudad Universitaria, la roca volcánica de la zona y el mural –aunque inconcluso- de Diego Rivera forman una combinación visualmente muy poderosa, pero también es cierto que es un estadio incómodo al no poderle poner butacas, su visibilidad en la zona baja al campo es limitada, los vendedores pasan en medio de los asientos y te pueden tapar la visibilidad en jugadas importantes –como una lotería, pero al revés– y es mejor aguantarse las ganas de ir al baño hasta regresar a casa.
Ya no digamos que el horario de local de los Pumas es un martirio innecesario, el sol del mediodía pega de lleno en el 90 por ciento de las gradas y no llevar puesto bloqueador solar es sinónimo de quemaduras en la piel que darán molestias por varios días.
Y conste que no me he metido en casos relativos a la seguridad en los estadios, porque la cosa se pone todavía más delicada.
Pero lo del Olímpico, por mucho cariño que le tengo por ser donde le empecé a tomar amor a los deportes, no es la excepción, sino la norma. La experiencia del aficionado mexicano al deporte, en general, es deficiente.
En el Azteca la situación no mejora y el horario de local del América (sábados a las 9:00 pm) hace inviable que muchos aficionados asistan, ya que el regreso en transporte público cerca de la medianoche desde una zona lejana al sur de la ciudad, para quienes viven al norte, entra incluso en los terrenos de la incertidumbre: el metro cierra exactamente a las 12:00 y la estación más cercana al inmueble está a no menos de 20 minutos de ahí.
¿Hay casos de éxito? Claro que sí. Ir al Alfredo Harp Helú a ver un partido de los Diablos Rojos puede resultar entretenido –me han dicho incluso no aficionados al beisbol–; estadios de futbol como el Akron, el BBVA y el Corona tienen estándares muy superiores de comodidad respecto al promedio.
La asistencia a los estadios ha caído, p
ero si bien hay clubes de futbol que han mantenido por años grandes asistencias y llenos casi garantizados en sus estadios, los datos hablan.
De tener una asistencia por partido de 27,035 aficionados por partido en el ciclo 2016-2017 (ambos torneos, Apertura y Clausura), en la Liga MX ese índice cayó a 22,896, un 15.3%, para el ciclo 2018-2019, el último que no tuvo cancelaciones o restricciones de acceso por la pandemia.
Hoy en día, solo en algunos escenarios deportivos y con aforo muy limitado se pueden ver aficionados. El semáforo epidemiológico no nos permitirá ver un estadio lleno en mucho tiempo todavía.
Si los equipos, las Ligas e incluso las autoridades locales no se ponen las pilas para mejorar la experiencia y la seguridad del aficionado al deporte, que lo atraiga de regreso a las tribunas, este tiempo solo habrá sido un desperdicio, cuando puede ser una inversión a largo plazo.
Será previsible que tan pronto terminen las restricciones, veamos grandes entradas, pero una vez que pase el encanto del regreso, algo debe de cambiar.
Porque, en una de esas, el aficionado empieza a valorar más ver el futbol en su sala, con repeticiones de las jugadas, sin vendedores que estorben la visibilidad, con un baño limpio, sin llegar a casa pasada la medianoche o sin quemaduras por exposición al sol.