No conozco a ningún aficionado al Leicester City y, sin embargo, me cuesta trabajo pensar que haya una persona con un nivel de atención mínimo –por lo menos– a la Premier League que no haya celebrado el título que ganó hace cinco años, luego de que tres temporadas atrás perdieron un Playoff por el ascenso con un gol que recibieron segundos después de fallar un penal.
Ricardo Otero | La Superliga o por qué las grandes historias no inician desde el poder
En un deporte que se ha construido gracias a la narrativa de más de siglo y medio, la Superliga apuesta por desdeñar el pasado y mirar solamente hacia las cuentas bancarias.
Un chico de 9 años le prometió a su padre que ganaría un Mundial al verlo bañado en lágrimas frente a su radio por el Maracanazo y se la cumplió apenas ocho años después; algún tiempo más tarde, un chico surgido de Villa Fiorito y de la pobreza rampante de Latinoamérica, vengó a su país por la derrota de una guerra en una cancha de futbol, en un día en el que el simbolismo superó a la realidad.
Las mejores historias son aquellas que parten desde abajo. Siempre y sin excepción. No se entendería, por ejemplo, la grandeza que han alcanzado Lionel Messi y Cristiano Ronaldo sin conocer los contextos de su infancia; las biografías del Manchester United y del Liverpool están incompletas sin el desastre de Múnich ni la tragedia de Hillsborough.
Pretender la grandeza partiendo desde la grandeza es un esfuerzo inútil. En ese sentido, la Superliga nace muerta. Con el Real Madrid y su presidente, Florentino Pérez, a la cabeza, una docena de clubes decidieron formar un torneo de ricos y para los ricos. Los clubes más poderosos del mundo, con la oposición de un par más –el Bayern Múnich y el Paris-Saint Germain, al menos–, le quieren dar forma a un proyecto que no tiene otra más que la del símbolo de euros.
¿Cuál fue el parámetro para entrar a esta “élite”? Si es por palmarés e historia, entendemos que estén ahí, por ejemplo, el Real Madrid, el Liverpool, el Barcelona y el Manchester United, pero difícilmente el Arsenal, el Tottenham e incluso el Manchester City; si es por actualidad, el Milan y el Inter tratan de despertar ante el monopolio de una década de la Juventus, mientras –de nuevo- el Arsenal tiene tiempo sin pisar canchas de partidos importantes.
No necesito abundar en la respuesta a esa pregunta, ustedes saben cuál es.
La codicia de la industria deportiva más grande del mundo nos va a llevar a normalizar esos partidos que esperamos por meses o años para hacerlos poco o nada especiales. Del otro lado, los clubes menos afortunados –que no necesariamente desafortunados– tendrán que hacer circo, maroma y teatro para compensar los llenos que se perderán el Benito Villamarín, el Diego Armando Maradona o Goodison Park por no volver a ver a sus archirrivales o los clubes más importante de sus países.
Dirán aquellos defensores a ultranza del capital en el deporte que por qué el Betis, el Napoli y el Everton están en derecho de beneficiarse de la imagen del Barcelona, el Real Madrid, la Juventus o el Liverpool. Por dos motivos: porque los grandes se hicieron grandes al enfrentarlos en la cancha por décadas y porque, en el modelo económico que rige al mundo, incluso el rico necesita al pobre, aunque queramos tapar el sol con un dedo.
Más aún, si se cumple el peor escenario, con la implementación de esta Liga y las amenazas de FIFA y UEFA, ¿se imaginan el próximo Mundial sin los jugadores de esos clubes? Argentina sin Messi, Portugal sin Cristiano, Francia sin Griezzman, Croacia sin Modric, Brasil sin Marcelo, Estados Unidos sin Pulisic, Egipto sin Salah y un interminable etcétera que terminará por matar al orgullo que alguna vez hubo por representar a un país.
Las historias dejarán de tener valor sin recordar que los ricos alguna vez fueron pobres o simplemente empezaron desde cero. Además, si el Leicester City gana la Premier de nuevo, algo que se vuelve más factible sin el Liverpool, el City, el United, el Tottenham, el Arsenal y el Chelsea en contienda, no podrá tener el mismo valor que el batacazo que dieron en 2016 ante los ojos del mundo.
Los “pobres” merecen siempre la revancha. Y que la logren, aunque sea muy de vez en cuando, siempre nos dará esa inspiración para levantarnos por la mañana y pensar que todos nuestros sueños son posibles.