Juegos Olímpicos

    Ricardo Otero | Tokyo 2020: los Juegos de la resistencia

    Tokyo 2020 pasará a la memoria como el recordatorio de que la historia de los Juegos Olímpicos tuvo más adversidad que luz.


    Por:
    Ricardo Otero.


    Imagen TUDN

    Para una generación acostumbrada a lo fastuoso, a la tregua entre las naciones en guerra y a la euforia desbordante de 17 días de fiesta con las exhibiciones más imponentes del deporte, Tokyo 2020 será una experiencia diferente e incluso aleccionadora.

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    Una persona mayor de 45 años puede recordar alguno de los Juegos de los boicots; una mayor de 60, las impactantes escenas de los terroristas de Septiembre Negro en la Villa Olímpica de Múnich; los mayores de 85, que hubo Juegos Olímpicos cancelados en medio de una guerra insensata.

    Difícilmente alguien recordará que hubo Juegos Olímpicos absolutamente desordenados que llegaron a durar más de seis meses, que hubo otra guerra hace más de un siglo que provocó la primera cancelación y que en la primera edición no participaron mujeres.

    Los menores de 40 años recuerdan precisamente lo fastuoso, la euforia desbordante y la hermandad entre naciones en guerra en un vertiginoso evento de 17 días que –ahora– tiene 46 disciplinas en juego. Los que justo rondamos esa edad, podemos recordar la flecha de Antonio Rebollo, el esfuerzo de Muhammad Ali atacado por el Parkinson y el “milagro” de ver fuego sobre el agua gracias a Cathy Freeman.

    Unos 30 años de edad bastan para recordar en pleno a Michael Phelps y Usain Bolt devorando las pistas de agua y tartán para llegar siempre antes que todos.

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    Al olimpismo, por cierto, ya no le estaba yendo tan bien antes de la pandemia. De seis ciudades candidatas para ser sede en 2024, cuatro se bajaron del proceso y el panorama para la elección de la ciudad de los Olímpicos de 2028 era peor. Obra del destino, Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico Internacional, negoció para que las dos candidatas que quedaban tomaran ambas ediciones.

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    Este año, en 2021, año 2 de la pandemia, debía elegirse la sede de los Juegos de 2028. Si a Bach no se le ocurre ahorrarse este proceso en 2017, probablemente no tendríamos a una sola ciudad o país interesada en ser ciudad olímpica.

    Si el Movimiento Olímpico estaba entrando en una velada crisis, la covid-19 la hizo más grande. Pero no es la primera. Para los que tenemos 40 años o menos, hay que echar un ojo a los libros de historia y darnos cuenta que el camino para llegar a la flecha de Antonio Rebollo fue muy duro, de muchas lecciones y que incluso llegó a costar sangre.

    Tokyo 2020 nos está enseñando que la esencia del deporte no está en la euforia, sino en la lucha, en la perseverancia y en que, a veces, hay que retroceder un par de pasos para tomar vuelo.

    Ese par de pasos será ver pruebas sin público, que a mucha gente le resultarán desangeladas, pero tapadas por sonido ambiente en las sedes de competencia. No habrá apretones de manos ni abrazos en las premiaciones. Los medallistas olímpicos serán retratados con cubrebocas y aprenderemos a ver las sonrisas detrás de ellos porque, afortunadamente, las lágrimas de felicidad sí serán visibles.

    A unas horas del arranque de las competencias y a dos días de la ceremonia de apertura, quedó rebasado el debate sobre cancelar o no los Juegos de las XXXII Olimpiada. Tokyo 2020 va, guste o no, se necesite o no.

    Habrá dos maneras de reconocer el trabajo de Tokio en estos Olímpicos, donde aplica la metáfora del vaso medio lleno o medio vacío: de que son los Juegos del silencio, apagados por un virus de 140 nanómetros de diámetro, o de que son los de la resistencia para volver pronto a la luz.


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